domingo, 16 de noviembre de 2014

NECESITO

Lo necesito todo.
Necesito ser, estar y padecer. Necesito volver a sentir, quitarme la venda de los ojos, despertarme y poder volver a respirar. Necesito caminar hacia el mar, hundirme con cada paso, llegar al fondo y sentir sobre mis pulmones la presión del agua, necesito ese silencio y ese dolor.
Necesito llorar, vaciar el alma con un café en la mano y música en los oídos, intentando así deshacer el nudo de mi pecho y poder volver a respirar. Necesito también ser fuerte, negarme a la pena y solucionar los problemas al mirarlos a la cara y ver que no son tales, que son sólo espejismos, humo que se desvanece con un suspiro.
Necesito volver a querer, algo o a alguien, pero que la pasión inunde mis venas, pero se también que necesito estar sólo, encontrarme y dejar de depender de gente, que lo odio y que tengo que ser libre.
Necesito centrarme, darme cuenta de que estoy viviendo, que no estoy viendo la biografía de alguien ajeno, dejar las escusas y hacerme cargo de lo que soy. Necesito que me importe todo menos, conseguir relativizar lo esencial para no ahogarme solo en un vaso de agua, y poder lanzarme sin miedo a los brazos de lo que me gusta, de la música, el cine, el otoño y los atardeceres.
Se que quiero todo esto, cada una de estas cosas pero también sus opuestos, entonces, ¿que es lo que necesito realmente? Sinceramente espero no necesitarlo todo, porque no puedo tenerlo, no puedo tener la soledad y la compañía, implicarme y no dejarme tocar por nada... así que solo me queda esperar que al final la balanza se incline hacia un lado, y vea claramente que sólo necesito una de las dos caras de la moneda. Confío en que así sea porque no puedo creer que esté hecho para amar de igual forma los opuestos, que a lo máximo que puedo aspirar es a tener la mitad de lo que anhelo, que siempre voy a tener una mitad de mi cuerpo revolviéndose de dolor, mientras la otra intenta disfrutar y no escuchar los quejidos de su hermana. Espero de verdad que esto sea así, porque no puedo asumir que sea de otra forma, que no estoy hecho para ser feliz.

domingo, 6 de julio de 2014

¿Somos grandes o somos pequeños?

Cada uno de nosotros es un punto diminuto en el Universo. Aun así, a veces nos creemos grandes y poderosos. Sin embargo, otras nos damos cuenta de la cantidad de cosas que desconocemos y de cosas que no podemos controlar. Contradicciones, vueltas y más vueltas... La cuestión es, ¿somos grandes o somos pequeños?

Tenemos una vida, que podemos dirigir dentro de unos límites. Cada día de nuestra vida es una historia. Todos tenemos la capacidad de cambiar el mundo, o al menos nuestro mundo. Elegimos personas, objetos y caminos a lo largo de nuestra vida. Decidimos. Decidimos y actuamos. Y cada decisión con su sucesiva actuación va definiendo lo que será nuestra vida. Recuerdos. Tenemos tantos dentro de nosotros... Los hay que nos hacen sonreír y que nos hacen llorar. Los hay dulces, amargos y de todos los sabores. De algunos nacen los ¿Y si...?, que nos llevan a preguntarnos si hemos acertado, si eso es lo que siempre habíamos buscado. Pero sea cual sea la respuesta, tenemos que tener claro que debemos respetar a nuestro yo del pasado, a él y a sus decisiones, de tal modo que no exista el arrepentimiento. A veces nos sentimos seguros, porque tenemos la capacidad de elegir y de decidir muchas cosas. Porque cada vida, cada conjunto de decisiones, vivencias, recuerdos, sentimientos..., puede parecer infinita. Pero aun así, no podemos controlar todo. 

Hay gente muriéndose de hambre en la otra punta del planeta... y al otro lado de la calle. Hay sufrimiento, hay dolor y es capaz de colarse en tu vida o en la de los que te rodean sin que lo puedas evitar. Hay interrogantes que nos persiguen constantemente y por mucho que deseemos transformar un signo de interrogación en un punto no somos capaces. O tal vez sea mas correcto decir que no somos nadie para hacerlo. Hay cosas que tras muchos años de investigación no se han concluido y nunca se concluirán. Y hay otras que sí, pero de forma equivocada, y puede que nunca lo sepamos. Y es que aunque sintamos que somos grandes, hay muchas cosas que se nos escapan, porque nuestro entorno es enorme...

Somos pequeñas hormiguitas, pero tenemos una vida y cada vida es inmensa. Somos grandes y pequeños, somos una contradicción. Pero somos.

sábado, 5 de julio de 2014

Partir.

En el momento en el que salió de la casa no miró atrás, tampoco lo hizo mientras abandonaba el portal, cargado de maletas, no es hasta que hubo vagado durante horas sin rumbo cuando se planteó que había hecho. Nada de esto es mentira y nada es cierto, porque aunque la decisión de que debía abandonar la casa estaba tomada, y si bien es verdad que jamás giró la cabeza para ver lo que dejaba detrás, desde el principio sabía que se arrepentiría.
Era una certeza que no sabía de donde provenía, pero que había asumido desde el principio, igual que las leyes de la ciencia o los pocos dogmas de fe que  mantenía. Su escapada estaba condenada al fracaso, sin medios y con la franqueza de que la añoranza no lo iba a dejar escapar tan fácilmente sabía que en algún punto, antes o después, debería volver y remediar lo que iba acababa de hacer. Pero por mucho que supiera que era erróneo quería hacerlo, tenía que hacerlo, algo en su cuerpo lo pedía a gritos y necesitaba de una forma casi biológica.
Por eso cuando salió del portal no sentía ningún pesar por el futuro que se avecinaba, porque tenía la certeza de hacer lo correcto como solo pasa pocas veces en la vida. Su vida no fue fácil, tal como había previsto, no había nadie que diese trabajo a alguien con media carrera y la única experiencia de haber trabajado en el negocio de sus padres, tampoco era fácil hacer amistades de cero, no es que echara de menos las que tenía, pero nunca se sabe cuánto se extraña el simple contacto humano hasta que se pierde. Aveces se sorprendía acariciándose distraidamente, como si no pudiese más y su cuerpo hubiera ordenado de forma independiente esa burda artimaña para recordar lo que era ser querido.
Poco a poco fue consiguiendo sus metas: un trabajo, nuevos amigos, ser más abierta, una casa y volver a sonreír. Ésta le pilló de sorpresa a el mismo, pues ocurrió sin previo aviso durante una conversación de café, tras una broma pobre sobre un grupo de música que apenas conocía. El sonreír le dio fuerzas para afrontar el arrepentimiento que se demoraba en llegar, pero a día de hoy sigue esperando, sabe que llegará, cuando algo de su mundo anterior cambie: una mudanza, una pérdida... y la realidad asuma que ya nunca podrá ser como antes. Pero mientras tanto ha aprendido a disfrutar la vida, y que lo que venga jamás podrá mancillar lo vivido, lo bueno o lo malo, porque lo único que es tuyo en esta vida son tus recuerdos y tu pasado, y aún cuando no te pertenezcan estarán ahí inalterables, constituyendo una certeza ineludible sobre la que se asiente tu presente y futuro.

Descontrol

Hay cosas que pasan sin que sepamos ni cómo ni por qué. Es más, a veces no estamos seguros ni de cuándo han empezado a suceder. Estas cosas son sorpresas y suelen convertirse en los mejores momentos de nuestras vidas… y en los peores. Te hallas totalmente desprevenido, desnudo por completo, en tu cabeza no existe ni siquiera una remota posibilidad de que eso ocurra, no figura en tu mente, ni en tu imaginación, ni en tus sueños dulces, ni en tus peores pesadillas… not found. Pero aun asi, pasa. Es lo que tienen las sorpresas. Podemos buscar explicaciones. Pero eso no significa que las vayamos a encontrar. Este tipo de cosas pueden cambiar tu vida por completo.
Entre este tipo de cosas se encuentran las enfermedades que llegan de golpe, que irrumpen, que duelen, que tienen difícil solución. Que van matando por dentro hasta que un buen día deciden dar un pequeño aviso. Y después otro tras otro. Las células se reproducen mientras el miedo invade tu cuerpo. Y el de la gente que te rodea. Lo más fácil es negarlo, quedarse parado, oponerse a avanzar, aferrarse a lo que pasa a ser pasado nostálgicamente. Pero por desgracia, el camino fácil no suele ser el mejor. Sí, sé lo que estás pensando. No es justo. No deberíamos sentirnos superados así de repente sin tener tiempo a prepararnos. No es justo que algo tan pequeño cause un daño tan grande. Pero es que siempre va a haber algo que nos supere. Los males de hoy se acabarán, pero llegarán otros. La vida es un reto, nos pone a prueba constantemente. Y siempre habrá cosas malas que pasan sin que sepamos ni cómo ni por qué.
Pero también buenas…
Porque entre este tipo de cosas se encuentra también la “magia” que surge entre aquellos que se dan cuenta de que se quieren, de que ha aparecido un sentimiento nuevo, diferente, nunca antes detectado. Se encuentran los momentos de repentina felicidad extrema con distintas causas. Se encuentran los reencuentros inesperados. Se encuentran las alegrías o buenas noticias cuando ya habías pintado una cara triste con permanente. Se encuentran las personas que se quedan cuando pensabas que se estaban yendo. Se encuentran muchas, muchas, muchas sonrisas.
Este tipo de cosas pueden cambiar tu vida por completo. Pero es que la vida cambia y hay que viajar por ella, por sus mares agitados y por sus mares en calma. Incluso cuando los mares se convierten en océanos. Entre este tipo de cosas se encuentran las grandes pérdidas, pero también las grandes ganancias.

Estas cosas hacen reflexionar contra la inmensidad de la vida y lo lejos que estamos de poder controlarla, aunque a veces nos guste creer que es así.

jueves, 3 de julio de 2014

Mi ética.

Hace ya algún tiempo me entró una de esas crisis existenciales por la que todos pasamos, esas en las que te cuestionas todo par volver una y otra vez a la misma conclusión. En ella decidí que no podía seguir así, que debía ponerme un a ley vital, algo por lo que regirme y actuar siempre de acorde a ello, para así tener algo a lo que volver, un refugio al que ir cuando todo diese vueltas con la seguridad de que allí todo estaría en calma y tendría sentido.
No os creáis que fue fácil, para mucha gente eso lo proporciona la religión, la que sea, pero como no era mi caso debí buscarme mi propia respuesta. Pensé y busqué, escuché y hablé, y al final sólo conseguí sacar dos premisas, dos patrones en los que podría confiar para solucionar todo lo que se me plantease.
El primero era hacer y ser yo mismo, conseguir vencer todos mis reparos y barrer fuera de mi mente y corazón todo lo que la gente había ido poniendo allí a lo largo de mi vida con la intención de moldearme a su gusto o al de la sociedad. Quería poder hablar de todo, ser sincero sobre mi y sobre el resto de las cosas, al menos con la gente que me importaba. A día de hoy sólo puedo decir que no lo he conseguido, porque si hay algo que la gente puede decir sobre mí a ciencia cierta es que no me conoce, que nadie me conoce.
Soy consciente de que no soy tan hermético como creo ser, y que secretos que creo tener son verdades ciertas para quienes conviven conmigo, que parte de mis miedos los conocieron antes de que yo los asumiera, pero sigo pensando así, pienso que nunca he sentido la confianza, la conexión mágica, ya sea a primera vista o tras mucho roce, como para abrirme y que una persona me conozca. Supongo que el papel de persona que escucha atenta que creo que adopto a la perfección, sólo es una cobarde pantalla que dispongo cuando alguien se abre, cuando la mayoría de la gente lo que haría sería abrirse también.
Supongo que es por eso por lo que no soy alguien especial para nadie, y no digo que nadie me aprecie, o que no tenga amigos, buenos amigos, pero supongo que el no abrirse a nadie hace que no puedas ser su primera opción, esa persona especial que se llevaría a una isla despierta o a la que llevaría de viaje si le tocasen dos entradas por la radio. Y llegados a este punto vamos a aclarar que hablo tanto de amor como de amistad.
Recordáis que también había un segundo punto, ¿verdad?. Este es el de quedarme con aquella persona que me aprecie tanto como yo la aprecio a ella. Ver a esa persona como alguien realmente importante y cuidarla siempre ya que me parecía muy difícil alguien con el que tener ese equilibrio perfecto. Me parecía difícil pero ahora me parece imposible, siempre me descubro pensando en una persona que se que no piensa en mi, arriesgándolo todo por alguien que no digo que no me aprecie, pero que no saldría de su zona de confort simplemente para sacarme una sonrisa. Y aquí vuelvo a puntualizar que me refiero a todo tipo de relaciones. Soy una persona a la que la agobia la gente que se toma muchas confianzas o cariño muy rápido, pero que luego hace exactamente lo mismo con la gente que le apasiona, esa gente para la que luego sólo soy un elemento más del grupo o de su mundo. Esto supongo que engancha con lo de ser especial para alguien, ser imprescindible. Supongo que ser especial será una combinación de ambas, de que la otra persona también sea especial para ti, para que lo des todo por ella, y de que te abras a ella, para que no se encariñe de una ilusión que debas mantener para que todo perdure.
Hay días en los que todo está perdido, que no cumplir ninguna de las dos premisas me parece suficiente razón para echarlo todo por la borda, empezar de cero en otro lugar donde no tenga que derrumbar todo para poder empezar a construir lo que quiero, a construirme como me veo. Pero supongo que son esas mismas premisas las que impiden que lo haga, las que me aclaran la cabeza y suponen un centro al que agarrarme hasta que todo deje de dar vueltas. Porque aveces basta con tener un objetivo y luchar por cumplirlo, aún sabiendo que no lo vas a lograr.

martes, 3 de junio de 2014

Los amigos son la familia que elegimos.

¿Los amigos son la familia que elegimos?
Hay demasiadas cosas que decir de los amigos...
Los amigos son aquellos que logran que nos sintamos comprendidos, probablemente porque nos entienden. 
Los amigos son aquellos que están. 
Los amigos son aquellos que pueden hacer que te rías hasta quedarte sin respiración y delante de los que puedes llorar sin parar sin sentirte avergonzado. 
Los amigos son aquellos que te gritan cuando te tienen que gritar, que te hacen despertar cuando no estás siendo tú mismo.
Los amigos son sinceridad, aquellos que te van a hacer ver las cosas tal y como son, no tal y como tú quieres que sean. Pero, al mismo tiempo son los que te van a animar a conseguir el cambio que buscas, los que lo buscarán contigo. 
Los amigos son aquellos con los que puedes pasar horas y horas hablando de banalidades, los que te cuentan su vida, los que comparten su día a día contigo haciendo que parezca tuyo. 
Son los que hablan y los que escuchan y, sobre todo, los que saben cuando tienen que hablar y cuando tienen que escuchar. 
Con los amigos los parecidos valen oro y las diferencias te hacen crecer.
Los amigos son aquellos que entran en tu vida y parece que llevan estando ahí mucho tiempo. 
Son los que te aguantan y a los que no te importa aguantar. 
Los que conocen tu mejor lado, pero también el peor, los que son capaces de mantener este lado oscuro en un rincón. 
Los amigos son aquellos con los que compartes. Compartes de todo, experiencias, canciones, momentos, recuerdos, imágenes, películas, historias. 
Los amigos son un punto de apoyo y todos sabemos que con un punto de apoyo podemos mover el mundo, o eso sentimos. 
Los amigos tienen el don de convertirse en aquello que necesitas, sea fuerza, valor, o sea lo que sea. 
Al menos mis amigos. Así que si esto no te convence empieza a cambiar "los" por "mis". Pero, definitivamente, para mí, los amigos son la familia que elegimos. ¿Cómo los elegimos? Cuestiones de azar quizás. Pero es bien cierto que los amigos son aquellos que hacen que te sientas unido a ellos, con los que simpatizas. Tal vez tenemos detectores en el cuerpo que entre una multitud son capaces de localizar a esos individuos capaces de conectar contigo de un modo especial. 
Muchas felicidades a mi elegido Víctor Gutiérrez González.
Cuando la canción terminó dije algo: "Me siento infinito."

jueves, 15 de mayo de 2014

Viajes de carretera.

Eva se fue, dejó todo lo que conocía y voló, nunca miró atrás o nadie la vio hacerlo. La mañana en la que se fue, la primavera sonreía, el rocío alfombraba su camino por el jardín hasta la puerta de su casa, y allí simplemente Eva se esfumó. Dejó la mayoría de sus cosas como si fuese a utilizarlas al día siguiente, en los lugares en los que la rutina y el movimiento del día a día las habían ido poniendo, y no dijo ni un adiós.

Muchos la echaron de menos, incluso la buscaron al principio pensando que la marcha no había sido voluntaria, hasta que una postal desde Perú les informó de que había emprendido un viaje, y que no se preocuparan porque tenía todo lo necesario para poder llevarlo acabo. Eva no mentía, tenía el dinero necesario para aguantar la semana y se llevaba como compañía su imaginación y memoria.

Eva recorrió el mundo, rió, corrió y lloró, y todo esto sin compartirlo con el mundo o sin dejar constancia en una foto o imagen más allá de los versos o esbozos con los que de vez en cuando rellenaba la libreta que le acompañaba. Descubrió que la encantaba la comida picante, y que el mar podía ser tan transparente como el cristal, casi se enamoró una vez en un pequeño pueblo del sur de Argentina, y más de una vez tuvo que depender de la bondad humana para comer o dormir. Todo esto sólo lo conocía ella y las personas con las que se encontraba en su viaje, una travesía que sólo tenía un principio pero no se sabía si tendría un final. Nunca la importó trabajar durante pequeñas temporadas aquí y allá en lo que fuera, ahorrando para poder proseguir su migración mientras se empapaba de la cultura que la rodeaba.

Sabéis una historia graciosa, mientras pasaba una de esas "estancias de reabastecimiento" en Lima, Eva trabajó en un Starbucks en el centro, al que iban los turistas a tomar café y a intentar volver a estar online el tiempo suficiente para poder actualizar todos sus estados antes de que al dejar de existir en la red dejaran de existir en la realidad de los que la pueblan. Una tarde allí, Eva estaba mirando el reloj suplicando que fuera más rápido cuando de entre las decenas de caras que cruzaban la puerta en busca de un trozo de América apareció una conocida, Margaret, había ido con ella al colegio y vivía un par de calles más abajo. Mientras la atendía apenas podía reprimir el impulso de saludarla, pero ésta recogió su pedido y se fue a su mesa sin que esto ocurriera. No la había reconocido, ni siquiera se había parado dos segundos a mirar su cara impaciente como estaba de ver cuantos "me gustas" había recibido su última foto en Instagram, un selfie con un monumento cuyo nombre debía haber dicho el guía pero que ahora no recordaba. Eva entonces se dio cuenta de lo mucho que había cambiado, sabía que la soledad y el viaje cambiaba la forma de pensar y ver el mundo, pero no imaginaba que eso hubiera traspasado a su imagen de una forma tan radical.

Un día mientras andaba, la sobrevino de repente, no lo esperaba pero en ese instante supo que eso era lo que había estado buscando todo este tiempo, aquello por lo que había empezado el viaje, el sentimiento de libertad, de total y plena libertad. Sintió como su pecho se agrandaba, como si su ser se ampliara hasta hacerse más grande que su cuerpo, como si la desbordara y saliera por la punta de los dedos. Entonces supo que había encontrado su camino, que la drástica decisión que tomó aquella primavera era la correcta para ella. Cuando volviera a casa la gente tendría una vida construida a su alrededor: una casa, un coche, trabajo, quizá incluso hijos, pero ella tendría ese sentimiento y una historia, algo que sólo la pertenecía a ella, que nadie podría arrebatarla y que la había cambiado hasta la médula. En ese momento, Eva supo que era más feliz de lo que había sido nunca.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Hola papá.

Las gotas caían pesadas, lentas y gordas, como si se hubieran estado cebando arriba hasta que la nube no hubiera podido soportarlas a todas y su panza se hubiese desgarrado, haciendo que su carga se vertiese por la ciudad, provocando que la gente corriese a resguardarse o se ocultase bajo sus paraguas mientras encogían los hombros y apretaban el paso. La lluvia iba limpiando la atmósfera de la ciudad y el suelo, a medida que arrastraba polvo y hojas hacia las alcantarillas en improvisados arroyos que dividían las calles y suponían otro reto para los desafortunados que no estaban en su casa al abrigo de una manta.
Marcos era uno de los que se encogían por la ahora poco transitada ciudad, de soportal en soportal y maldiciendo por lo bajo el no haber cogido un paraguas, el día acababa de comenzar y ya estaba deseando que terminara, tenía que ir a ver a su padre y desde hace unos meses cada vez le costaba más. Cuando llegaba a la puerta del recinto dejó de llover, y el sol se atrevió a asomarse tímidamente, lo que le dio un poco de fuerza para afrontar lo que venía.
La puerta estaba abierta de par en par desde hacía dos horas, aunque suponía que con ese tiempo poca gente la habría cruzado desde entonces. Saludó con la cabeza al segurata y entró en el cementerio, a medida que recorría sus calles veía desfilar a su lado un sinfín de mausoleos y panteones familiares que le recordaban que como en la ciudad detrás de esos muros, aquí también había jerarquías y estamentos, aunque ya no entendía que importaban. Al cabo de un par de giros llegó a donde estaba su padre, una tumba con una lápida que rezaba un nombre y una fecha, que cada vez era más lejana.
Había pensado en dejar de visitarlo, a él no podía importarle ya, y sólo le quitaba tiempo y fuerzas. Nunca había sido fácil la relación con su padre, y que éste no pudiera discutir no la había mejorado, pero Marcos había decidido concederse una última libertad, un último intento de liberarse de su carga y entrar en paz con él. Así, comenzó a hablar de las cosas que habían pasado desde la última visita, hasta que los temas banales se agotaron, y tuvo que hablar de sentimientos, miedos y sueños, esos en los que su padre todavía estaba muy presente.
-¿Para mí nunca fue fácil sabes?, cuando tú nos dejaste yo apenas era mayor de edad y todavía te necesitaba. ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué no te despediste?, mamá me dijo que sabías que esto llegaría, no pudiste apartarte antes para amortiguar el golpe o unirte tan fuerte que todavía te sintiera aquí. No, en vez de eso continuaste tu vida, tu lucha en silencio, mientras dejabas que me preocupara por salir o las relaciones, ¿nunca consideraste eso un insulto?. No sé qué espero que contestes.
El monólogo se prolongó muchos minutos, mientras por el cementerio iban y venían otras personas, que siempre que lo hacían lo encontraban en la misma posición.

-Bueno y ahora qué, cómo puedo perdonarte, como puedo perdonarme si quiera a mi mismo. Al final siempre decías que la vida seguía y que no paraba por ti, que mi tren no te esperaría, pues bien, yo te digo que montaste en el tren conmigo, y que todavía sigues en él, a mi lado, lo único que ahora repites lecciones del pasado, que se difuminan y cobran significado a lo largo del tiempo. Bueno supongo que te fuiste como quisiste, intentado no molestar y no alterar nada, y ni eso te he respetado, porque tú lo has cambiado todo. He decidido que no voy a volver, voy a empezar a respetar tus decisiones, quizá eso de valor a las mías, pero no puedo prometerte que no te lleve en cada tramo del trayecto, déjame que incumpla eso, que en el fondo de mi ser, sigas junto a mi.

martes, 15 de abril de 2014

El guardián de la noche.

Escrutaba la noche a través de la ventana, empezaba su tiempo de guardia y espera así que fue directo a la cocina a hacerse un café. Mientras la leche se calentaba en el microondas fue hacia su escritorio y encendió el ordenador, que daba la espalda a un gran ventanal, su puesto de vigía aquella noche.. Daba al río que serpenteaba metros más abajo, abriendo una linea negra en la noche entre el rebaño de casas bajas que se agolpaban como ovejas perezosas sin un pastor. Bueno él sería esa noche su pastor y las guardaría.
Un pitido desde la cocina le devolvió al presente de su casa de tres habitaciones y recorrió el salón hasta el rincón que tras una barra hacía de cocina, allí sacó la taza y procedió a agitar su café en polvo al que no añadía azúcar. Una vez ya con la taza caliente entre las manos se sentó en el  escritorio que junto con la cocina y un colchón tirado en el suelo completaban la habitación. 
El sillón sobre el que estaban habría pertenecido a algún despacho de abogados o banco, hasta que un diseñador con voz extranjera y aire moderno habría decidido que ya no estaba a la moda, y lo había rescatado de la calle como la mesa o el ordenador.
Así entre sorbo y sorbo comenzó a nadar entre noticias, actuales y pasadas, canciones o fotos que ocupaban su pantalla unos pocos segundos o minutos antes de desvanecerse, hoy la guardia sería intensa así que no se concedería el entretenerse con una serie o película pues juzgaba que ocupaban demasiado tiempo y el necesitaba contemplar la calle a sus pies cada poco, asegurándose que todo siguiera en su lugar, y que la luna trazase su arco sin desviarse.
Las manecillas iban deslizándose por la esfera de su reloj de muñeca y las tazas vacías se iban acumulando alrededor, mientras el silencio de una noche de domingo continuaba su reinado sin saber que en unas pocas horas el bullicio de la mañana lo iba a vencer. No tubo ninguna tentación de salir a la calle y vagar por el empedrado, disfrutando del frescor y la calma pues todo lo que le interesaba estaba allí, tras la ventana de su ordenador y de su casa, que le ofrecían el mundo, un mundo que estaba acostumbrado a vivir de día y contemplar de noche, como un carpintero que trabajase por el día y por el noche se dedicase a contemplar los progresos de su creación.
En un instante todo comenzó a cambiar, primero fue una ventana del último piso de enfrente la que se encendió, dejando entrever la silueta de una mujer que se desperezaba y se desprendía de su ropa par un baño matutino, después fue la de uno de los edificios al margen del río la que vertió su brillo dorado a la oscuridad y poco a poco varias se sumaron mientras la noche clareaba y un resplandor rojizo asomaba al fondo, tras las casas, a la otra orilla de la linea de plata que también despertaba reflejando los primeros colores del día. En media hora el sol ya era una esfera completa en el firmamento y el silencio había dado paso al bullicio de los caminantes, en ese momento apagó el ordenador y llevó las tazas al fregadero, cerró las persianas y se tumbó. Un nuevo día había empezado, había visto otro amanecer y su mundo no había cambiado en la noche, por fin tranquilo podría dormir un poco para disfrutar del mundo que con tanto celo había guardado.

lunes, 14 de abril de 2014

Cogito ergo sum

Te apetece escribir. Pero no sabes sobre qué. Simplemente te apetece escribir. Sientes que algo fluye dentro de ti, te sientes vivo y concluyes que esa energía interior que te impulsa tiene que salir en forma de palabras. Llega el momento de enfrentarse a esa hoja de papel en blanco, a la que le tienes miedo. Pero no debes darle vueltas. Debes escribir, dejar que fluya, liberarte. Habla sobre una piedra o sobre lo que has hecho hace unas horas. Pero escribe. Sé. Vive. Habla. Exprésate.
Yo tengo la costumbre de pensar todo demasiadas veces. Igual que le di vueltas al tema de este texto antes de empezar a escribirlo, le doy vueltas y más vueltas a todo.Yo y muchos más, o muchos más y yo, si es que es más correcto. Supongo que nuestra naturaleza humana incita a eso. Bien me enseñaron que, aunque la teoría es importante, sin práctica es inútil. Y sí, el carpe diem está muy bien. Está genial si somos capaces de llevarlo a la práctica. Y aun siéndolo, muchas veces recaemos y nos olvidamos de esta filosofía de vida por un momento. Mirar para atrás, mirar hacia delante, mirarse en un espejo. En ocasiones es inevitable. A veces nos hacemos un lío con tres tiempos verbales que están muy bien relacionados. Porque, al fin y al cabo, este instante fue futuro, es presente y será pasado. Una relación estrecha que en ocasiones desemboca en solapamiento.
En cuanto al futuro. Es importante tener claro que es necesario vivir el presente. Disfrutarlo y despreocuparse, porque por mucho que se planeen las cosas cualquier imprevisto puede provocar un cambio, de modo que es mucho más útil estar preparado para todo. Vivir más y pensar menos. Aprender a estar en armonía con lo que tenemos sin intentar anticiparnos a algo que es muy superior a nosotros. 
En cuanto al pasado. Lamentarse por lo ya ocurrido es una mala costumbre que casi todos tenemos. Intentamos superar nuestro pasado, pero este vuelve a nosotros, o al menos a nuestra pequeña cabeza, aunque estemos deseando echarlo. Tal vez esto es causa de las vueltas que les damos a las decisiones antes de tomarlas. El temor a que esa sensación de arrepentimiento nos invada en un futuro (ya estamos pensando en el futuro de nuevo). Ese sentimiento de culpa que vuelve y vuelve aun cuando estábamos seguros de que se había ido para siempre. Pero todos sabemos que siempre y nunca son palabras peligrosas de las que no nos podemos fiar. Lo que hay que tener claro a la hora de decidir es que nos podemos equivocar. Y también que mirar atrás y judgar es muy sencillo; una vez que sabemos las consecuencias es muy fácil evaluar el camino que se eligió. Debemos aprender a respetar a nuestro yo del pasado. A aquel que tomó sus opciones, meditó e hizo que la balanza se inclinase con un porqué en la mente. Hay que respetar al yo del pasado, vivir con el yo del presente y guiar al yo del futuro. Eso es lo que hay que hacer.
¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Hacia dónde la estoy dirigiendo? ¿Me he equivocado en mis decisiones pasadas? Quizás la respuesta a todas estas preguntas sea única. Quizás la solución sea la misma que aquella que me animó a escribir estas líneas cuando no sabía que quería contar. Dejar que fluya. Ser. Vivir. Y, sobre todo, disfrutar. Pensar nos hace humanos y no debemos desaprovechar esta capacidad. Pero a veces hay que saber decir no y seguir para delante. Siendo nosotros, viviendo y disfrutando.
“Do not look back and grieve over the past, for it is gone; and do not be troubled about the future, for it has yet to come. Live in the present, and make it so beautiful that it will be worth remembering” Ida Scott Taylor
¡Ah! Y ya por último... ¡No te olvides! Escribe, porque...
Si escribes, es que eres. Que estás vivo y tienes voz.

lunes, 7 de abril de 2014

La rueda.

Alguna vez habéis sido felices, pero no me refiero a estar complacidos, tranquilos y en paz, me refiero a esa sensación de plenitud, a ese deseo de que el momento se extienda por siempre y no acabe, aunque eso signifique renunciar a un futuro de sorpresas, porque no quieres que nada cambie. Muchas veces esos momentos pillan por sorpresa, en un rayo de sol en la cara en un paseo por la plaza, o lejos de casa, donde nunca dirías que podrías encontrar tu hogar.

Ese sentimiento te llena, te dibuja en la cara una sonrisa sin tu quererlo y hace que el momento no se vaya de tu retina nunca, pero sin embargo el momento pasa, y el tiempo, que no entiende de deseos y plegarias, es igual de implacable que con los malos momentos, y arrastra todo luchando con el olvido contra tu memoria. No hay nada mejor que un momento de pura felicidad, ni nada más desgarrador que el vacío que deja, la sensación de que has rozado la gloria pero ya nada de eso queda, que tu vida ha vuelto a su gris normal. Es una sensación que me adormece cada vez que se produce y que me deja a merced de aquel tiempo implacable que todo lo cambia y cura.

Mi pregunta entonces es, no es posible la felicidad sin el vacío, la alegría sin el dolor, debo vivir siempre con miedo a que la rueda de otra vuelta y yo acabe bocabajo. Parece que sí, ¿no?, de hecho no soy el primero que piensa, canta o escribe sobre ello y no creo que diga nada nuevo, aunque la ingenuidad con la que todavía dudo de que la felicidad pueda ser un estado permanente pueda ser refrescante para algunos. Supongo que hay que convivir sabiendo que todo va a cambiar y que esta sensación te va a abandonar, dejándote más vacío que antes, pero también con la esperanza de que volverá,  pero que entre medias sólo podemos aspirar a comodidad, algo que hasta parece inalcanzable.

viernes, 7 de marzo de 2014

Felicidad.

Me vuelvo a enfrentar a esta página en blanco después de varias semanas, algunas cosas han cambiado, entre ellas mi habitación que ahora por fin parece que está habitada. Decenas de fotos, recuerdos congelados que me miran y hablan de momentos felices que por algún momento creí importante inmortalizar. También de la pared cuelga un cuadro que reza "Dog days are over", los días malos han terminado, y que hice en algún momento en el que realmente creía que esa frase era real. El resto de la decoración lo aporta un vinilo que nunca volverá a sonar, unos banderines y una cama desecha que ya es símbolo de identidad.

Mientras escribo esto espero a que golpeen mi puerta para dar una vuelta y escuchó música, que me acompaña en todas las acciones del día. Como veis no me puedo quejar, tengo todo lo necesario para ser lo más feliz que una persona puede ser, y lo sé, pero sin embargo no lo soy o no creo serlo. Muchas veces he tenido la sensación, como todos, de que faltaba algo en mi vida, una motivación, una persona, una canción que me contara lo que pensaba en ese momento... y siempre creía que en cuanto tuviera todos los ingredientes todo iría mejor, con cierta ingenuidad creía que todo encajaría de golpe y aunque los problemas continuarían viniendo yo podría enfrentarlos.

Sin embargo ahora siento que por fin he encontrado todo lo que necesitaba, que me he reencontrado con partes de mi olvidadas y he construido otras pero aún así siento que teniendo todas las piezas no consigo realizar el paso que creía era el fácil, encajarlas. Siento que dedico más tiempo de mi vida a cosas que hago por obligación que a cosas en las que realmente quiero gastarlo, que la carrera que perseguía ya no me motiva y apenas encuentro las razones suficientes como para madrugar para ir a clase. Siento que he encontrado gente increíble pero que parece que ellos no me han encontrado a mi, que no encajo en su vida de la forma en la que me gustaría que encajaran en la mía, y no se como cambiarlo.

Últimamente he estado pensando en esto, en la felicidad y en cómo encontrarla, la gente repite como un mantra que la ignorancia es felicidad, que lo que no sabes no te hará daño y que no tiene sentido preocuparte por lo que no puedes cambiar, bien pues para bien o para mal yo no soy así, yo me preocupo, me intereso y busco conocer, tanto lo bueno como lo malo, supongo que lo habréis podido comprobar a lo largo de mis divagaciones. Al final me he aferrado a la conclusión de que la ignorancia no da la felicidad, sino el aceptarse a uno mismo, aceptar que toda mi vida estaré preguntándome qué pasará cuando me vaya, o en otro caso aceptar que no quieres mirar al futuro porque no eres capaz de aceptarlo. No se si esto es cierto, sólo se que espero que sea así, y es que todos sobrevivimos gracias a nuestros anhelos ya sean la vida eterna, o el que todos nazcamos con la posibilidad de ser felices.

miércoles, 5 de febrero de 2014

MULTIBLOG V

Nathan apuró el último trago de la cerveza, brindándose así una oportunidad para acercarse a la barra. Se levantó, se peinó y caminó hasta ponerse al lado de María, pero sin atreverse a mirarla a los ojos pidió otra cerveza. Cuando ya se la habían servido se permitió echar un vistazo a su derecha, y ahí estaba, primero vio sus manos, que jugueteaban por el mostrador con la chapa de la cerveza que ella se había pedido, y luego fue subiendo hasta la cabeza, en la que brillaba una sonrisa despreocupada y una mirada concentrada en sus manos, que parecía no haber notado su presencia. Al cabo de dos minutos Nathan reaccionó y avergonzado miró a las pocas personas del bar intentando averiguar si habían notado su embobamiento, pero parecían demasiado ocupados con sus cosas por lo que supuso que había pasado inadvertido.

Aún seguía regodeándose en su buena suerte cuando el camarero puso otra cerveza delante de María, y como en un sueño o una pesadilla un: "De parte del caballero de su izquierda" salió de su boca. Al instante siguiente tenía los ojos de María clavados en él, ahora inquirientes. Bien, parecía que el camarero si había notado su especial atención por María, y que de paso había decidido hacer algo al respecto, jugando a tirar los dados del destino. Justo después de que eso cruzase su mente se dio cuenta de que María seguía mirándole, y que probablemente esperaba una explicación.

- Eso es en agradecimiento por las monedas de esta mañana.
-Espero que no hagas eso con todos los clientes, o no creo que tu trabajo sea muy rentable- Vaya, María estaba impresionada porque siquiera la recordara.
- Emm... bueno... es que a todos no me les encuentro a las 3 de la noche en un bar. Sino tendría que replantearme el hacerlo sí.

Los siguientes instantes pasaron muy lentos, ninguno de los dos parecía saber como seguir la conversación, de todos modos, que le tenían que decir a un extraño con el que apenas habían cruzado dos miradas en un par de ocasiones. Sin embargo ambos se sentían cercanos, de una manera que sólo la gente que ha vivido algo así puede entenderlo, así que no se dieron por vencidos y se levantaron, para dejar que cada uno siguiera con sus vidas. En uno de esos instantes de duda y cierta incomodidad María levantó la mirada, decidida a agradecerle la cerveza y preguntar algo protocolario que la permitiese seguir con él un rato más, pero en ese instante se encontró con sus ojos, unos ojos grandes, tranquilos, redondos y verdes, de un verde que lo inundaba todo, como un basto prado del que no podía salir, pero del que tampoco querría hacerlo.

De repente María encontró en esos ojos un recuerdo de su pasado, uno del que creía haberse deshecho hace mucho tiempo, y sin darse cuenta se encontró con otros ojos, unos ojos verdes, pero mucho más viejos, hechos de sueños olvidados, y que estaban envueltos en llamas. Aún así estaban calmados, sólo transmitían pena, pena por ella, hasta que el dolor los hacía irreconocibles, y entonces el recuerdo se esfumó. María se levantó corriendo, farfulló un gracias y se encaminó a la puerta lo más rápido que pudo, dispuesta a volver a la habitación del hotel sabiendo que allí tampoco calmaría sus recuerdos, que no había logrado huir. Que ingenua había sido.

Nathan solo pudo quedarse sentado, contemplando como se iba, no entendía nada, todo parecía ir bien hasta que de repente le había agradecido la cerveza y se había ido. Esta vez ni se molestó en comprobar si alguien lo había visto, no importaba.

sábado, 1 de febrero de 2014

MULTIBLOG IV

María entró en el bar con paso decidido, consciente de que merecía disfrutar un rato, tomar algo y charlar con algún que otro desconocido que tuviese alguna anécdota interesante que contar. Se dirigió a la barra para pedir un gin-tonic, concentrándose en la pronunciación, pero de nuevo con poca soltura. Sus ojos comenzaron a recorrer el local de arriba abajo y de izquierda a derecha.
Primero se fijó únicamente en los objetos, en cada uno de los elementos decorativos del local. Cuadros y fotos de un viejo París, tan semejante y a la vez tan distinto al de ahora. Cada pincelada inspiraba belleza, la hermosura de un gran lugar, pero también ajetreo y alboroto. La esencia de la ciudad parecía ser la misma hoy que ayer, a pesar de que el París en el que ella se encontraba estaba lleno de nuevos valores y de extrañas modas. Los tiempos habían cambiado mucho, pero esas imágenes le permitían apreciar la inmortalidad parisina, sus aspectos más perdurables. En fin, no era el momento de ponerse a reflexionar. 
Tanto unos cuantos posters anunciando espectáculos nocturnos como la escasa iluminación del local, le recordaron la hora que era y dónde se encontraba.  A sus oídos comenzó a llegar la música que había estado sonando desde que había entrado. Y entonces empezó a fijarse en las personas. En una mesa dos jóvenes enamorados compartían una copa, en otra unos cuantos veinteañeros no paraban de reír. Un poco más allá dos chicas se divertían cantando, fingiendo tener un micrófono y estar en un escenario. Piiiiiiiipiiiiiiipipipi.
El escáner se detuvo al llegar a la última mesa. El corazón de María se aceleró. Del mismo modo que su gin-tonic se podía ver medio vacío o medio lleno, ella se sintió contenta y enfadada a la vez. Por alguna extraña razón, ese chico y su bola de cristal le habían dejado marca, más que cualquiera de las personas con las que se solía encontrar en su antigua ciudad, que no le habían causado la sensación de pérdida en ningún momento. Le gustaba eso y más todavía que el destino hubiese hecho que se encontrasen de nuevo unas horas después. Pero, por otro lado, no dejaba de preguntarse por qué. ¿Por qué una persona tan independiente como ella sentía semejante atracción por un desconocido? Inexplicable. Y además, a saber que imagen tenía él de ella. Ruborizada y sobresaltada se colocó el pelo y desvió la mirada lo más rápido que pudo.

Llevaba allí un buen rato y ella no se había dado cuenta de su presencia. Sin embargo, él sí. Sonrió al darse cuenta de que por fin lo había visto. Y su sonrisa se hizo todavía más grande cuando pudo apreciar sus esfuerzos por disimular su sorpresa. Le gustaba aquella chica. Se preguntaba qué hacía allí, tan tarde, completamente sola, tan sola como él.
Nathan era un chico fuerte. Su vida, con todos sus problemas, le había enseñado a serlo. Y había conseguido alcanzar un estado de estabilidad emocional, la felicidad suficiente como para seguir adelante con entusiasmo. Se había pasado los últimos años de ciudad en ciudad con su mejor amiga, transparente, como las personas deberían aprender a ser, y redonda. Lo cierto es que París lo había conquistado, por eso había decidido quedarse allí más tiempo del que había pasado en cualquier otra ciudad. Aun así, era consciente de que cuando la gente comenzase a cansarse de su espectáculo y pasase de largo sin dignarse a dejar una moneda tendría que partir, marchar a un lugar en el que pudiese ganarse la vida. 
Le gustaba aquella chica. Tenía algo que la hacía distinta. Esa mirada expectante, el hecho de que siempre estaba atenta a todo lo que la rodeaba. Esa ilusión en los ojos. Lo hacía sentir especial. Muchas personas ponían cara de asombro y disfrutaban con sus actuaciones. Pero nunca nadie se había dirigido a él o lo había observado de aquel modo. Era difícil de explicar… una especie de atracción fatal, o simplemente el detalle de que por fin sentía que alguien había reparado en él, no solo en su danza. Hacía mucho que anhelaba eso. Ansiaba ser querido por cómo era él, no por la hermosura de aquello que hacía. Pensó en acercarse a hablar con ella, le apetecía una segunda conversación. Pero mirar sus gestos desde la mesa en la que se encontraba también era tentador. Decidió esperar. Eso sí, sabía que no se iría de allí esa noche sin saber con certeza que la volvería a ver. Está bien confiar en el destino, pero no estaba dispuesto a arriesgarse.  

viernes, 31 de enero de 2014

MULTIBLOG III

María estaba enfrente de la catedral de Notre Dame de París cuando el reloj se la paró, aunque en ese momento no se dio cuenta, en ese momento, parada como estaba en medio de la lluvia sólo tenía ojos para la imponente vista que se alzaba delante de ella, que la sobrecogía como pocas cosas lo habían hecho. El imponente edificio se alzaba ante ella entre la cortina de agua, sombrío, lúgubre, parecía saber que iba a sobrevivir a todos los transeúntes que corrían por la plaza buscando refugio de la lluvia por lo que no se dignaba en prestarles la más mínima atención.

Cuando María consiguió apartar la mirada ya había amainado un poco la lluvia, así que su siguiente propósito fue encontrar un sitio donde pasar la noche, una base de operaciones hasta que organizase su vida, hasta que consiguiese un trabajo y un piso al que con el tiempo poder llamar hogar. Así se dirigió hacia la primera calle que salía de la plaza y la recorrió mirando ávidamente cada cartel que lucía tímidamente entre los últimos resquicios de lluvia hasta que vio uno que rezaba "Hostel".

Por suerte tenían una habitación libre y todavía tenían algo de cena caliente, así que María bajó al comedor nada más dejar las maletas, porque hasta entonces no se había dado cuenta de todo el tiempo que llevaba sin comer. Mientras devoraba sus escasos macarrones con queso y un filete que claramente había estado demasiado tiempo en la sartén se dedicaba a dejar vagar la mirada por el comedor, vacío, y sólo entonces se dio cuenta de cuan sola había estado hasta entonces. Había abandonado su ciudad, en la que había pasado toda su vida, su país y había llegado a París con apenas una bolsa de viaje llena, pero no estaba más sola que antes, no había dejado a nadie atrás.

Con estos pensamientos todavía rondando su mente se fue a la cama y trató de dormir, a las tres de la noche ya había perdido toda esperanza, así que se quitó el pijama y dejó que por una hora sus pensamientos se fueran con el agua caliente que la lamía la piel, después se vistió, se puso su cazadora y un corro de lana  y salió a la calle. París dormía a su alrededor y no había más luces encendidas que las de las farolas, así que se dedicó a vagar, volvió a la catedral, que la seguía pareciendo perturbadora al amparo de la noche, así que cruzó el Sena y se perdió en un barrio residencial. De repente unas risas la sacaron de su ensimismamiento, y al girar la esquina vio el que creyó el único bar abierto de todo París, sino de toda Francia a esas horas de la noche.

En la última mesa un chico descansaba, escondido tras una cerveza, mientras parecía contemplar todo lo que pasaba en el bar, y en la mesa, al lado de la cerveza, una bola de cristal, una bola que María había visto esa misma tarde.

domingo, 26 de enero de 2014

Me queda la palabra.

"Si he sufrido la sed, el hambre, todo 
lo que era mío y resultó ser nada, 
si he segado las sombras en silencio, 
me queda la palabra. "

Blas de otero.

Estas palabras llegaron a mi cantadas por Paco Ibañez, en un viejo disco de esos que oyes una y mil veces en familia en los viajes en coche, hasta que te sabes la letra, hasta que se convierte en la banda sonora de la infancia. Ahora os las quiero decir yo a vosotros, aunque sinceramente espero que no sea la primera vez que las hayáis leído u oído.

Yo quiero centrarme en el último verso, el que cierra todas las estrofas de este breve poema, "Me queda la palabra", pues es éste en verdad el último refugio, pero no solo la palabra hablada, sino escrita, narrada, pensada, tu conciencia. Estamos en una época en la que vemos como todo lo que tenemos al rededor, todo lo que dábamos por sentado, se desmorona, pero hay algo que nunca podrán arrebatarnos, nuestra conciencia, nuestra opinión, nuestra cultura, aunque ahora hayan decidido que se tienen que quedar con un 21% de lo que vale.

Por eso doy gracias a mis padres, por haberme descubierto lo que es la cultura, la literatura, algo de lo que por suerte en este país podemos estar orgullosos, por lo menos de momento. Si no fuera por ellos habría pasado al lado de ése mundo sin verlo porque aunque en la escuela tengamos una asignatura que se llame "Lengua y literatura" sólo se centran en darnos la vida y milagros de los autores, en darnos un millar de títulos, gramática, sintáxis... pero se olvidan de lo más importante, enseñarnos a amar la literatura, a apreciar los mundos que nos ofrecen, para evadirnos o aprender.

También parece que ahora se ha empezado otra guerra, la de las lenguas, ya que las han atado inexorablemente al independentismo y las están intentando tirar al mar. Hemos entrado en un bucle de conmigo o contra mi, si amas tu lengua odias el español y viceversa. Pues yo ojalá supiera más, ojalá en mi tierra se hablasen más lenguas, porque eso significaría que tenemos más cultura.

En conclusión, la opinión, el pensamiento, la cultura, es lo único que no nos pueden arrebatar, por eso es lo que hay que cultivar e intentar preservar, porque cuando mayor sea mayor serás tú.

viernes, 24 de enero de 2014

MULTIBLOG II

Repentinamente, le vino a la cabeza la frase que tantas veces había escuchado antes de tomar la decisión de dejar atrás su antiguo mundo y se llegó a plantear que tal vez escapar no era la solución. Pero ella no era una mujer insegura. Y las palabras del anuncio de Nike que se alzaba ante sus pies le confirmaron que debía animarse. “Just do it”.

No sabía cómo organizarse, cómo buscar el inicio de la etapa que estaba comenzando. Ni siquiera sabía dónde dormiría esa noche. Así que decidió dejarse inundar por el encanto del lugar que la rodeaba, sumergirse en él. Lo cierto es que se sentía pequeña, diminuta, tal y como se debe de sentir un insecto en medio de un festival en el que el aforo se ha completado. Pero, por encima de todo, se sentía libre, libre para ser quién quisiera ser, para hacer todo lo que le apeteciese… Es decir, para ser una nueva persona, ya que su pasado había ardido y ni siquiera quedaban cenizas. Tal vez algunas permanecían muy, muy en el fondo de su cabeza, pero María estaba decidida a esforzarse para que jamás alcanzasen la superficie.

Así como el terrible ajetreo y el alboroto la volvían loca, lo que siempre le había gustado de las grandes ciudades era la gran cantidad de artistas que se encontraba por la calle. Le parecía muy agradable oír un violín de repente, poder observar la actividad de un pintor o ver a un grupo de gente feliz rodeando a un malabarista. Por eso, su primer paseo fue muy largo. No pudo evitar pararse en cada esquina, ya que cada vez que se detenía su sonrisa se hacía más grande. Cruzó algunas palabras con un muchacho que ya estaba recogiendo su rincón, explotando al máximo lo poco que recordaba de una lengua que llevaba sin hablar desde su juventud. Por aquel entonces su soltura en este idioma era increíble, pero todos los años que la separaban de aquel momento le habían pasado factura. Sin duda, le hacían falta muchas horas de práctica delante de un espejo, para evitar que las letras se atropellasen en su lengua, a punto de salir pero sin conseguir hacerlo como deberían. La verdad es que aquel joven chico le resultó curioso, le había llamado la atención y por eso se había parado frente a él, a pesar de que su espectáculo ya había terminado. Este le contó que se dedicaba a danzar con una bola de cristal en la mano al son de la música y ella se prometió a sí misma volver a ese sitio, desde dónde se apreciaba la hermosura de la ciudad, solo para verlo. Se despidieron después de esa fugaz conversación y María siguió vagando. Simplemente caminaba y miraba a su alrededor.

De repente comenzó a llover de forma intensa y su primera reacción fue de agobio. Se alegró de que su bolsa de viaje no estuviese muy cargada. Acabó dándose cuenta de que empaparse era irremediable y, una vez asumida la realidad, comenzó a correr por las aceras, saltando en cada charco, gritando, cantando, moviendo los brazos como si estuviese a punto de empezar a volar… Como una niña pequeña. Había sido capaz de tomar la decisión más atrevida de toda su vida. No sabía lo que le depararía ese nuevo lugar, pero sabía que poco a poco se iría abriendo un camino lleno de sorpresas, que tal vez sería capaz de devolverle lo que en el pasado le habían arrebatado. Lo que ya había recuperado era la ilusión. Las palabras de Bob Marley resonaban en su cabeza: “Some people feel the rain. Others just get wet.” En ese momento, el mundo se paró. Latitud 48º 48’ N, longitud 2º 20’ E, 18:00. En ese lugar, en ese instante, el reloj de María se quedó sin pilas.

lunes, 20 de enero de 2014

MULTIBLOG I

Aviso: Nerea y yo hemos decidido escribir un cuento un poco más largo, pero lo vamos a hacer en común, yo voy a empezarle y Nerea lo continuará en otro post y así sucesivamente. No hemos hablado de la historia así que sólo podremos saber cómo continúa cuando leamos el post del otro aquí en el blog. Como no sabemos como discurrirá todavía no tiene ni título por eso titularemos los post "Multiblog" y les numeraremos para que se puedan encontrar fácilmente. Esperamos que os guste.

Oyó las puertas cerrarse, y sólo entonces giró la cabeza y contempló la ciudad moviéndose a través de la ventana, María sabía que era la última vez que la vería, la ciudad que la había visto nacer, y a la que no pensaba volver. Huía de ella como quien huye de la peste, en el asiento de la derecha una bolsa de viaje con sus escasas posesiones y su cabeza puesta en el futuro, como si su pasado se hubiese quedado con la ciudad, en el horizonte.
Esa mañana había madrugado mucho, la ciudad apenas empezaba a desperezarse y a lanzar los primeros sonidos al viento cuando ella la estaba bolsa en mano camino de la estación, con el abrigo abrochado hasta el cuello intentando lo imposible, que la niebla que cubría la ciudad no la helase hasta los huesos. En veinte minutos había cruzado la distancia hasta la estación y estaba en la taquilla, pidiendo un billete para la ciudad más grande que encontró en el tablón de destinos, convencida de que allí podría empezar una nueva vida, de que allí podría esconderse entre el bullicio, esconderse hasta de sí misma.

Las horas hasta la salida del autobús habían pasado lentas, María estaba en tensión, pensando que en cualquier momento una mano invisible la agarrase y la devolviese a su casa, a su cama, impidiendola marchar, pero eso no ocurrió y montó en el autobús sin más problema que el de conseguir que la dejasen subir con la maleta, de la que no estaba dispuesta a separarse, pero cuando el conductor vio que su carga hoy apenas llegaba a la docena de pasajeros somnolientos no puso más objeciones.

Poco después de dejar la ciudad atrás María calló en un sueño profundo, como no había tenido en meses, sin pesadillas, y no fue hasta que el autobús estaba llegando a la estación que se despertó, alterada por un instante al sentirse un poco desubicada, como si hubiese olvidado que esa mañana se había levantado temprano y había dejado todo. Cuando bajó y por fin puso los dos pies en tierra miró a los edificios que se alzaban ante sí, esperanzada, atenta a cualquier pista que pudiera indicarle su destino, que parecía aguardarle a la vuelta de cada esquina.

sábado, 18 de enero de 2014

Fronteras

A veces me pregunto, ¿dónde está la frontera? Y mi respuesta es un signo de interrogación.
A veces puede llegar a resultar realmente complicado distinguir dónde está el límite.
A veces la decisión tomada con más inteligencia es absurda.
A veces un acto lleno de bondad causa daños colaterales.
A veces pones lágrimas donde deseas poner sonrisas.
A veces, solo a veces.
Sometimes.
En ocasiones, intentar hacer las cosas bien solo implica acabar en un callejón sin salida en el que cualquier alternativa inspira dolor, decepción… error. Cruzar la frontera, verse obligado a abandonar el camino de lo correcto como si de dejar tu tierra se tratase. Sin elección. Tú no quieres marchar, tu espíritu patriótico te dice que no te vayas y tú quieres hacerle caso. Pero, muy a tu pesar, debes partir. Actuar sabiendo de antemano que no te gusta lo que estás haciendo, pero sentir que no te queda más remedio. A eso me refiero. Del mismo modo que cada día más y más personas marchan a otro país en busca de trabajo, sin querer hacerlo, pero con el objetivo, claro en sus mentes, de que sus esfuerzos se vean compensados allá donde todavía se pueda hablar de salidas laborales, tú te sorprendes a ti mismo. El deber gana a tus principios, que parecían tan eternos, intemporales e inmortales como las "Ideas" de Platón.
No equivocarse a la hora de tomar decisiones, ser bueno con todo el mundo... Eso puede parecer difícil, pero quizás sea simplemente la materialización de nuestro más puro egoísmo. ¿Acaso hay mejor forma de sentirse bien con uno mismo, de ser feliz, que esa, que vivir sin arrepentimientos? El esfuerzo que nos pueda suponer actuar cómo creemos que debemos se ve compensado con esa sensación de complacencia. Está claro que no siempre actuamos siguiendo a nuestra razón, ya que en la toma de decisiones siempre influyen otros factores. Pero podemos conseguirlo y tenemos la garantía de que nos sentiremos bien al hacerlo.
Todo esto se complica "a veces", en determinadas circunstancias, en las que no encuentras la manera, el camino, el modo de comportarte siguiendo a tu razón. O tal vez crees encontrarlo, pero te equivocas. Y más tarde, demasiado tarde, lo descubrirás. Es lo que tienen los problemas. Que además de pillarte por sorpresa no traen pegada una solución. Hasta pueden conseguir que te vayas de casa, que te sientas extraño, desnudo en un bosque que nunca habías pisado antes y que aun por encima está frío. Los problemas deben ayudarnos a reaccionar con rapidez, para aprender a vivir sin que el sufrimiento nos domine. A ser fuertes.
A veces es necesario cruzar fronteras, especialmente cuando estas se difuminan y solo queda confusión. Ni siquiera sabes si sigues en tu propio territorio, pero estás seguro de que andas ahí, en el límite, columpiándote. Un sí, un no, cualquier decisión en cualquier momento, te dejará fuera y te sentirás mal. Pero repito, a veces es necesario cruzar fronteras. Por mucho que nos cueste y a pesar de las consecuencias. Porque, al fin y al cabo, ni lo bueno es tan bueno ni lo malo tan cruel.

jueves, 16 de enero de 2014

Música

Era casi media noche, pero no tenía sueño, aún así, aburrido como estaba decidió tumbarse en la cama a ver si lograba dormirse. Los minutos pasaban lentamente, arrastrándose, con la misma pereza que le había acompañado a él todo el día. Al final, cedió en su empeño y estiró la mano, a tientas, hasta que sobre la mesilla de noche palpó su móvil y sus cascos.

Después de haberse peleado con ellos para desenredarlos los enchufó al móvil y le dio a reproducir. Así estuvo vagando por la lista de canciones, que se reprodujeron  aleatoriamente durante una hora hasta que de repente, algo lo sacó de su ensoñamiento, unos acordes que había escuchado miles de veces, hasta memorizarlos, hasta hacerlos casi un himno, un mantra al que aferrarse en los malos momentos. Ahora parecían volver otra vez a por él, y como una y tantas veces parecían cogerle y transportarle, hacerle volar hasta otro día, oto lugar, junto a ella. Sólo que ella ya no estaba, y no sabía si alguna vez volvería.

Ésa había sido su canción, la primera cosa que había sido suya y la única de la que no había podido desprenderse cuando todo terminó. Rápidamente todo estaba volviendo a su cabeza, las mañanas juntos con la ciudad todavía dormida, y las largas noches, despiertos, solos en la inmensidad del mundo, volvían los regalos, las risas, pero también las discusiones. Recordó entonces la gran pelea, todo se desmoronaba a sus pies, y el ni siquiera podía moverse, estaba paralizado, mientras, ella le lanzaba insultos, mentiras, sólo para ver si reaccionaba, si era capaz de volverse y luchar. Pero eso no ocurrió, ella no consiguió el alivio de un final amargo, de algo con lo que poder culparle para acallar su conciencia; ni él el de decir que luchó hasta que no le quedaron fuerzas.

Todo esto pasó por su cabeza durante los tres minutos de canción, entonces se planteó la eterna pregunta, ¿qué habría pasado si hubiera reaccionado, si hubiera tenido el valor de pelear?, nunca lo sabría, así que todavía dolido cogió el móvil e hizo lo único que podía hacer, volver a poner la canción, lo único que le quedaba de ella, el puente hacia el recuerdo, porque quisiese o no aún la amaba y esas notas eran lo único que podían devolvérsela, aunque fuese de prestado.

viernes, 10 de enero de 2014

Falling.

Abrió la puerta del baño, había sido un día largo y se merecía un descanso, así que procedió a prepararse un buen baño caliente. Encendió velas, echó sales y aceites y conecto la radio, Ban Bang de Nancy Sinatra sonaba suavemente, como un divertido guiño del destino, de esos que aveces confundimos con muecas. Así, con todo preparado se metió a la bañera, el pie derecho rozó la superficie para comprobar la temperatura, estaba ardiendo, sonrió y se introdujo en el agua, un pie primero, después el otro, y se dejó caer al encuentro de aquel calor que esperaba no sólo la calentase la piel sino mucho más adentro.

Se recostó apoyando la cabeza sobre el borde de la bañera, todavía algo fría, creando un placentero contraste con su interior. Se dejó allí, rendida a la música; con un último "Bang bang, my baby shot me down..." los compases finales dieron paso a un silencio en la radio, que rompió el locutor anunciando el siguiente éxito que se escucharía.

Cogió la esponja y comenzó a frotarse muy lentamente, a conciencia, como si acabara de salir de una mina y tuviera que ir limpiando poco a poco el hollín de su cuerpo. Primero los brazos, unos brazos frágiles, heridos, para después pasar al pecho y al vientre plano, por el que deslizaba poco a poco el jabón, hasta que se unía al agua.

Cuando acabó con las piernas había pasado media hora desde que había entrado, y el agua estaba algo más tibia, así que abrió el grifo de nuevo. En la radio habían pasado a un programa informativo, así que aprovechó para levantarse y apagarla, al hacerlo dejó un gran charco en el suelo, no importaba.

Cerró el grifo y los ojos al entrar en la bañera de nuevo, y cogió la cuchilla. La había comprado antes de llegar a casa, aunque ahora apenas lo recordaba. Entonces, metió el brazo izquierdo en el agua y realizó el primer corte, apenas lo notó, lejano, y pronto el agua empezó a teñirse de rojo alrededor de su muñeca. Instantáneamente realizó otro corte y dejó caer la cuchilla.

Volvió a recostar la cabeza en la bañera, y por fin lo sintió, por fin encontró aquello que buscaba, paz. Sentía que por fin era libre, que caía y caía, sin ataduras, sin preocupaciones. No le preocupaba el golpe final, la muerte, sólo era un medio, el único que había encontrado para llegar allí. Nada la importaba si con ello podía conseguir esta sensación, al menos unos minutos más. 

jueves, 9 de enero de 2014

¡Sorpresa!

“Don’t worry about the future. Or worry, but know that worrying is as effective as trying to solve an algebra equation by chewing bubble gum.“
No podemos encerrarnos en casa asustados pensando que si salimos tal vez nos caiga una maceta encima de la cabeza. Y tampoco podemos vivir siendo demasiado pesimistas, hasta hay quien dice que las personas más negativas atraen el mal. Y realmente, nuestro enfoque juega un papel muy importante en cualquier hecho, de modo que ver las cosas desde un mundo multicolor puede ayudar a no perder la sonrisa. Hay que evitar que el miedo domine nuestro día a día, conseguir que no limite nuestras oportunidades. Sentir que tú vida ha merecido la pena. Aceptar tus decisiones del pasado y afrontar las del futuro con entusiasmo. Despreocuparse. Es todo un reto, como escribir este blog, pero todo gran reto superado implica una recompensa.
“The real troubles in your life are apt to be things that never crossed your worried mind, the kind that blindside you at 4 p.m. on some idle Tuesday.”
Lo cierto es que a todo el mundo le ocurrió, le ocurre o le ocurrirá algo inesperado que lo destruirá. A todos, a aquellos que arriesgan de más y a aquellos cuya vida está dominada por el temor, si es que eso se puede llamar vida. De repente. En el momento menos esperado. Justo entonces. Por sorpresa y sin avisar, sin remedio u oportunidad. Más o menos grave, pero, en cualquier caso, doloroso. Puede tener forma de noticia o de imagen proporcionada por tus propios ojos. Puede afectarte directamente, a ti, a alguien a quien quieres, o puede que te toque ver sufrir a gente conocida. Cuando pasa algo así, antes de que sepas siquiera si merece la pena tener esperanza, te bloqueas. Puede que solo sea un susto que deje mal sabor de boca o puede que realmente sea el inicio de un serio problema. Pero solo el hecho de recibir el impacto te vuelve loco. 
Cada persona tiene su propia forma de reaccionar. Por un lado están aquellos que tienden a arriar su bandera frente al cabo de poca esperanza como Joaquín Sabina y por otro, los valientes, los que no se rinden ni ante las evidencias. Pero personalmente, creo que seas como seas, en ese momento amargo, antes de procesar y de saber realmente lo que ha pasado y cuáles serán las consecuencias, tu cabeza se inunda de pensamientos. De lamentos. De arrepentimientos. Puede que recuerdes muchos momentos y sientas que no has sabido aprovecharlos. Que te des cuenta de todo lo que no has dicho, de todo lo que no has hecho y te gustaría poder cambiar. Porque a mí muchas veces me han entrado ganas de algo que, tras pensarlo y meditarlo un poco, concluyo que es una tontería, una bobada, que ¡qué vergüenza! E inevitablemente siempre llega un momento en el que te arrepientes de no haberte atrevido a ser boba y tonta por un instante. Porque hay tonterías e insignificancias que se agradecen. Pero es tarde para volver atrás. A menudo este bombardeo cerebral está acompañado de un sentimiento de culpabilidad. Que si por qué no lo habré previsto, que si por qué no he hecho nada por evitarlo… Pero como ya quedó dicho, en palabras ahora de Ed Sheeran: “the worst things in life come free to us.”

Porque hay sorpresas y sorpresas.Y, por mucho que nos cueste asumirlo, no conseguiremos que no nos sorprendan. Por algo las llamamos sorpresas.

miércoles, 8 de enero de 2014

Signo de interrogación

Cuando eres pequeño un millón de porqués rondan en tu cabeza y, por supuesto, los exteriorizas. Ahora ya se habla de “la edad del por qué”. ¿Por qué la luna sale de noche? ¿Por qué tenemos dedos en los pies? ¿Por qué la hierba es de color verde? Estas y otras múltiples preguntas, cada cual más extraña, son las que yo les hacía a mis padres, incansablemente, cuando era niña, cuando no entendía por qué era importante saber sumar ni tampoco que los números fuesen infinitos. Hablo en primera persona, pero es un hecho que todo el mundo vivió esta edad. 
Pues bien, llega un momento en que el que esas preguntas pierden su importancia. Desde entonces hasta hace relativamente poco lo habitual para mí era recordar esta etapa con una sonrisa en la cara, comentando con otras personas el sinsentido, la ingenuidad y lo gracioso de la misma. Ahora no hay una noche en la que me quede dormida sin reflexionar sobre quién soy, qué hago aquí, qué es la vida o por qué todo es como es. Por esto me gusta la filosofía, no lo sé. Solo estoy segura de que me gusta pensar, abrir la cabeza e intentar razonar, al mismo tiempo que me resulta frustrante no ser capaz de entender muchas cosas, demasiadas. Todos debemos escuchar opiniones y recibir conocimientos, solo para pensar y continuar pensando. No sé que es el pensamiento, pero tengo claro que hay que aprovecharlo. 
También creo que tenemos que desconfiar hasta de la ciencia. Es importante tratar de llevar a cabo el mayor número de descubrimientos, pero siempre teniendo claro que nada será lo suficientemente válido. ¿Sabes esas personas que hablen de lo que hablen consiguen captar tu atención? Sí, esas que sueltan las palabras de tal forma que causan un profundo impacto. Pues justo uno de esos increíbles seres dijo alguna vez que ser feliz implica ser sabio. Esa misma persona aclaró que ser sabio no es saber mucho de todo, sino tener un nivel de entendimiento y conocimiento que permita comprender el sentido del mundo y sentirse en armonía con él. Está claro que es imposible saberlo todo, pero yo quiero llegar a ese punto. A día de hoy tengo que admitir que me frustra no saber si el Universo tiene límite. Mi cabeza no llega para entender que puede ser infinito, pero tampoco comprende qué es la nada o qué hay entonces cuando se acaba. Un ejemplo, entre muchos. Confío en la capacidad de la mente humana para entender el mundo y su funcionamiento. Ahora sí, creo que una vida no es suficiente para ello. Y me frustra. Mucho. Sería la persona más feliz del mundo si alguien fuese capaz de resolverme ciertas dudas existenciales. Lo peor viene ahora: sé que nunca seré la persona más feliz del mundo. 
Dudo hasta de la ciencia y tengo claro el por qué. Antiguamente se estudiaban cosas, que hoy en día calificamos como disparates, como leyes fundamentales, principios básicos o afirmaciones innegables. Entonces yo me pregunto, ¿qué sucede? ¿Nuestra generación es la iluminada? Pues claro que no, dentro de muchos años se reirán de nosotros y de nuestras estúpidas ideas. Así mismo, tengo claro que es parte del progreso, con lo cual, debemos equivocarnos. Por eso hay que aprender con interés, sin que eso implique creérselo todo. En el colegio nos encontramos con afirmaciones por todas partes… sin que nadie las cuestione e incluso las llegue a usar como justificación en otros momentos de su vida. Es cierto que lo que aprendemos está comprobado, pero todo se prueba dentro de unos límites, que irán creciendo al mismo tiempo que lo que ahora aseguramos irá cambiando. Va a pasar un asteroide a … km. De la Tierra, pero no caerá. ¿No caerá? ¿Alguien ha mirado para arriba? ¿Cómo se puede afirmar algo así, si ni siquiera sabemos lo pequeños que somos? Se puede especular con lo que se conoce, y así se debe hacer, pero teniendo claro que lo que conocemos es nada. Sirve para contentarnos y para satisfacer nuestras dudas hasta cierto punto. Y para nada más. Me gustaría contribuir en el mundo de la investigación, pero dudo que llegue a hacerlo. Aun así, si así fuese o si alguna vez enunciase una tesis, iría con posdata. Una posdata en la quejase claro que soy consciente de que no es infalible. Si la escribiese creería en ella, pero no descartaría que fuese falsa, para empezar porque tal vez parte de bases fundamentales totalmente erróneas aunque universalmente válidas. Adiós a la vulnerabilidad.
Ahora puedo decir que soy una niña pequeña con más porqués que nunca dentro de mi cabeza. Y no me arrepiento. Querer ir más allá de lo que nos afirman, dejar de asentir a aquello que se nos enuncia como ley irrevocable y cuestionar, plantearse, pensar. No reírse de lo que se pregunten los demás, porque puede que algún día se descubra que la tierra es cuadrada o incluso cónica.  Sentirse seguro de uno mismo, siempre, pero sin dejar de desconfiar de todo. A eso os incito.
“¿Estamos solos en la galaxia o acompañados?"

martes, 7 de enero de 2014

Inseguridad

22.22 de la noche, capicúa, y yo todavía en el bus de camino a la que ahora es mi casa. Me ha dado por pensar como fue este trayecto cuando lo realicé por primera vez, sobre el 21 de Septiembre, más ansioso, esperanzado, y un poco más joven. Sin embargo recordando ese viaje lo que no recuerdo es apenas nerviosismo, como si de alguna forma supiese que todo iba a ir bien, que entre los cientos de personas que íbamos a llegar a Salamanca esos días iba a encontrar un grupo en el que encajase.

Y ciertamente lo hallé, y he pasado ahí unos cuatro meses estupendos. ¿Entonces por qué ahora estoy nervioso? ¿Por qué no dejo de pensar en cómo será el reencuentro?, creo que en buena medida puedo culpar a los exámenes, pero también es otra cosa, mis inseguridades, las mismas de siempre, esas que sé que aunque crezca, aunque madure, van a seguir ahí, condicionándome más de lo que querría y haciéndome dormir menos de lo que debería.

Y es que mientras estoy en el bus me da por pensar, y pienso en toda la gente que he conocido allí y en las ganas que tengo de ver a algunos de ellos, pero también en la gente que dejo atrás, esa que me había acompañado durante todo el viaje, hasta ahora. ¿Será siempre así ahora? Vaya donde vaya, pase lo que pase, ¿siempre sentiré que he perdido por dejar a alguien o algo atrás? Espero que no, aunque no veo la forma de que esto no ocurra.

También pienso en lo de siempre, si esta gente que he conocido habrá pensado en mi, si cuando vuelva las cosas serán iguales, o si de alguna forma el resto de la gente que conozco haya conseguido reforzar su relación con la distancia de alguna manera, y yo ya no sea más que un extranjero dentro del grupo al que se le tolera como deferencia por el pasado, una concesión hecha por la cortesía de quien ya no te necesita, pero se siente en deuda por tus "servicios" anteriores.

Todo se resume en, ¿seré necesario?, ¿si no hubiese vuelto habría supuesto alguna diferencia?. Porque irremediablemente necesito saber que realmente importo, que allá donde voy no estoy de prestado, incluso aunque eso me de una responsabilidad que quizá no sea capaz de soportar, el "deber" de estar ahí en todo momento, sin poder fallar. ¿Algo de esto tiene sentido? no lo se.

Y aquí estoy, intentando terminar el texto, porque se que sino lo hago ahora no lo haré nunca, mañana me reencontraré con todos y veré si estaba en lo cierto o no, pero sea como fuere yo ya he perdido, o a unos amigos que podría llegar a realmente apreciar, o tres horas de viaje en bus divagando sobre una estupidez. Soy como el gato de Schrödinger, ya he perdido antes de poder siquiera jugar mis cartas.

Para terminar voy a dejar una canción, que irónicamente se ha reproducido mientras escribía esto, y que parece describirme a la perfección:

viernes, 3 de enero de 2014

Cortocircuito

Es curioso, tener tantas cosas que decir, haber pasado por tantos momento en los que creía que solo necesitaba una hoja en blanco sobre la que escribir para aclarar todo, y ahora que tengo esto, no saber que coño poner, con perdón. O sin él que para algo escribo esto para mí.

Hoy ha sido el cumpleaños de mi madre, y ha venido toda mi familia a casa, la revolución han sido obviamente mis primos pequeños. Tienen 7 y 3 años, mucha energía y toda su ilusión intacta; me han recordado a como era yo a su edad: un niño muy cariñoso, que se aburría si estaba dos segundos solo, al que le ilusionaba todo y que no decía que no a nada, como ellos.

Pero ahora todo es distinto. No me preocupan las responsabilidades ni siquiera la distancia, ahora que estoy lejos de casa, solo la falta de ilusión. Ahora parece que emprender cualquier proyecto es un mundo, tanto en el caso de la universidad como en el simple hecho de comprometerse con un blog. Cada vez que lo pienso me invade un profundo cansancio que minutos antes no estaba ahí, ¿Qué me ha pasado?, ¿se supone que esto es madurar?, y es que estoy harto ya de esta vida, de esta existencia más gris que de color, en la que por alguna razón los recuerdos se me escapan y me aletargo. No os equivoquéis, no me paso todo el día en la cama, esperando al siguiente, pero simplemente me dejo arrastrar por el fluir de la sociedad, lento, decadente. Y eso para mi es lo peor, saber que de alguna forma he sucumbido, que ya poco encuentro de lo que un día fui, cuando apenas sabía que era sumar y mi mayor preocupación es qué inventaría esa tarde para entretenerme.

Pero sin embargo estoy escribiendo, a trompicones pero escribo, ¿significa esto que no toda mi ilusión está perdida, que aún queda lo suficiente para comprometerme con algo más allá de mi rutina? No lo sé, pero sinceramente lo espero, porque una vez oí que si estás perdido solo tienes que pensar en qué querías de pequeño, cómo eras, porque en la sencillez del mundo infantil lo tienes todo más claro. Y ahora necesito más que nunca que me visites Peter Pan, porque creo que necesito encontrarme con ese niño y que me explique un par de cosas.

Vuelvo, a casa vuelvo, por Navidad

Sentir miedo. No, puede que miedo no sea la palabra. ¿Tal vez intranquilidad? Quizás. Resulta extraño que en el lenguaje que nos permite recoger el resultado del fluir de nuestro pensamiento y expresar de una manera clara hasta aquello que dentro de nuestra cabeza parece incomprensible, en ocasiones no seamos capaces de hallar los conceptos exactos a los que nos queremos referir. Eso asusta. Eso quiere decir que hay sentimientos o sensaciones que no caben en ninguna parte. Que van más allá. Que solo aquel que tiene la suerte de experimentar sabe con certeza cómo son. Es cierto que se pueden dar definiciones del tipo: “Una mezcla entre miedo, falta de confianza, emoción…” Pero si nos paramos a pensar, esos sustantivos solo son conjuntos de letras que aluden a una idea. Una idea que cada uno entiende tal y como la vive, que es imposible de valorar o comprender desde fuera. ¿Sabes lo que te digo? Mi temor no es tu temor. O, bueno, tal vez sí. Pero eso nunca lo sabremos.

Sin adentrarme en el profundo mundo de los sentimientos pretendo recordar el momento en el que subida en un coche entraba en Castilla y León. Dispuesta a empezar “una nueva vida”, ilusionada incluso. No sé por qué extraña razón justo en el momento en el que la emoción es máxima, todo se viene abajo. Cuando te sientes más optimista que nunca, en el instante en el que la  balanza se inclina totalmente hacia el lado de los más, una piedra llena de pensamientos negativos la golpea y entonces se invierte el desequilibrio. Pensar en conocer a gente nueva, en cambiar de aires, en vivir en lugar distinto, en enfrentarte a nuevos retos, en aprovechar nuevas oportunidades, en crecer, en acercarte más a la independencia… todo eso y más. Y, de repente, imaginar… Imaginar tu vuelta a casa por Navidad. Pensar que quizás te sientas como una extraña en tu propia tierra, con tu propia gente. Atemorizarte solo de pensar que todo el mundo pueda haber cambiado. Que no reconozcas a todos aquellos a los que quieres, a los que llevas queriendo muchos años. Que aquellas personas a las que estás acostumbrado a saludar con un abrazo se conviertan en desconocidos incluso hasta el punto de que sea incómodo encontrarlas por la calle y que en esa situación la incomodidad se resuelva con un sutil movimiento de cabeza. Que todas esas personas ya no te reconozcan a ti en ti. Que te digan que has cambiado, que ya no eres la misma. Que ahora ya no es antes. Y lo que es peor. Que eso no te importe. Ante este caos solo queda evadirse y seguir.

Pues bien, en este momento del año en el que todo mundo se pone a hacer un balance de los 365 días que se van yo solo puedo sonreír. Sonreír por haberme atrevido a marchar, porque si pudiese volver atrás, y viéndolo desde el futuro, desde donde es muy fácil decidir, todo hay que decirlo, me volvería a ir mil veces. Pero, sobre todo, sonreír por lo agradable que les resulta a mis oídos oír un “Graciñas” al salir de una tienda. Y por lo reconfortante que es pasarse los domingos en la aldea y decirle ochenta millones de veces a tu abuela que no quieres comer más. Por la felicidad que proporciona ver crecer a tus primos pequeños y disfrutar de ellos. Porque aunque llueva, nunca me cansaré de admirar lo bonita que es mi Galicia verde y azul. Por las palabras sonoras que se echan de menos. Y por aquellas que no se te despegan por muy lejos que estés, por esas que no tienen traducción. Por sentirme como siempre, donde siempre, con la gente de siempre. Justo por eso. Porque llega un momento en el que te das cuenta de lo importantes que son las cosas más sencillas. Las palabras que Mufasa le dijo a Simba retumban ahora en mi cabeza. “Recuerda quién eres. Recuérdalo. Recuérdalo.” Y es que hay cosas que nunca se pueden olvidar.