miércoles, 5 de febrero de 2014

MULTIBLOG V

Nathan apuró el último trago de la cerveza, brindándose así una oportunidad para acercarse a la barra. Se levantó, se peinó y caminó hasta ponerse al lado de María, pero sin atreverse a mirarla a los ojos pidió otra cerveza. Cuando ya se la habían servido se permitió echar un vistazo a su derecha, y ahí estaba, primero vio sus manos, que jugueteaban por el mostrador con la chapa de la cerveza que ella se había pedido, y luego fue subiendo hasta la cabeza, en la que brillaba una sonrisa despreocupada y una mirada concentrada en sus manos, que parecía no haber notado su presencia. Al cabo de dos minutos Nathan reaccionó y avergonzado miró a las pocas personas del bar intentando averiguar si habían notado su embobamiento, pero parecían demasiado ocupados con sus cosas por lo que supuso que había pasado inadvertido.

Aún seguía regodeándose en su buena suerte cuando el camarero puso otra cerveza delante de María, y como en un sueño o una pesadilla un: "De parte del caballero de su izquierda" salió de su boca. Al instante siguiente tenía los ojos de María clavados en él, ahora inquirientes. Bien, parecía que el camarero si había notado su especial atención por María, y que de paso había decidido hacer algo al respecto, jugando a tirar los dados del destino. Justo después de que eso cruzase su mente se dio cuenta de que María seguía mirándole, y que probablemente esperaba una explicación.

- Eso es en agradecimiento por las monedas de esta mañana.
-Espero que no hagas eso con todos los clientes, o no creo que tu trabajo sea muy rentable- Vaya, María estaba impresionada porque siquiera la recordara.
- Emm... bueno... es que a todos no me les encuentro a las 3 de la noche en un bar. Sino tendría que replantearme el hacerlo sí.

Los siguientes instantes pasaron muy lentos, ninguno de los dos parecía saber como seguir la conversación, de todos modos, que le tenían que decir a un extraño con el que apenas habían cruzado dos miradas en un par de ocasiones. Sin embargo ambos se sentían cercanos, de una manera que sólo la gente que ha vivido algo así puede entenderlo, así que no se dieron por vencidos y se levantaron, para dejar que cada uno siguiera con sus vidas. En uno de esos instantes de duda y cierta incomodidad María levantó la mirada, decidida a agradecerle la cerveza y preguntar algo protocolario que la permitiese seguir con él un rato más, pero en ese instante se encontró con sus ojos, unos ojos grandes, tranquilos, redondos y verdes, de un verde que lo inundaba todo, como un basto prado del que no podía salir, pero del que tampoco querría hacerlo.

De repente María encontró en esos ojos un recuerdo de su pasado, uno del que creía haberse deshecho hace mucho tiempo, y sin darse cuenta se encontró con otros ojos, unos ojos verdes, pero mucho más viejos, hechos de sueños olvidados, y que estaban envueltos en llamas. Aún así estaban calmados, sólo transmitían pena, pena por ella, hasta que el dolor los hacía irreconocibles, y entonces el recuerdo se esfumó. María se levantó corriendo, farfulló un gracias y se encaminó a la puerta lo más rápido que pudo, dispuesta a volver a la habitación del hotel sabiendo que allí tampoco calmaría sus recuerdos, que no había logrado huir. Que ingenua había sido.

Nathan solo pudo quedarse sentado, contemplando como se iba, no entendía nada, todo parecía ir bien hasta que de repente le había agradecido la cerveza y se había ido. Esta vez ni se molestó en comprobar si alguien lo había visto, no importaba.

sábado, 1 de febrero de 2014

MULTIBLOG IV

María entró en el bar con paso decidido, consciente de que merecía disfrutar un rato, tomar algo y charlar con algún que otro desconocido que tuviese alguna anécdota interesante que contar. Se dirigió a la barra para pedir un gin-tonic, concentrándose en la pronunciación, pero de nuevo con poca soltura. Sus ojos comenzaron a recorrer el local de arriba abajo y de izquierda a derecha.
Primero se fijó únicamente en los objetos, en cada uno de los elementos decorativos del local. Cuadros y fotos de un viejo París, tan semejante y a la vez tan distinto al de ahora. Cada pincelada inspiraba belleza, la hermosura de un gran lugar, pero también ajetreo y alboroto. La esencia de la ciudad parecía ser la misma hoy que ayer, a pesar de que el París en el que ella se encontraba estaba lleno de nuevos valores y de extrañas modas. Los tiempos habían cambiado mucho, pero esas imágenes le permitían apreciar la inmortalidad parisina, sus aspectos más perdurables. En fin, no era el momento de ponerse a reflexionar. 
Tanto unos cuantos posters anunciando espectáculos nocturnos como la escasa iluminación del local, le recordaron la hora que era y dónde se encontraba.  A sus oídos comenzó a llegar la música que había estado sonando desde que había entrado. Y entonces empezó a fijarse en las personas. En una mesa dos jóvenes enamorados compartían una copa, en otra unos cuantos veinteañeros no paraban de reír. Un poco más allá dos chicas se divertían cantando, fingiendo tener un micrófono y estar en un escenario. Piiiiiiiipiiiiiiipipipi.
El escáner se detuvo al llegar a la última mesa. El corazón de María se aceleró. Del mismo modo que su gin-tonic se podía ver medio vacío o medio lleno, ella se sintió contenta y enfadada a la vez. Por alguna extraña razón, ese chico y su bola de cristal le habían dejado marca, más que cualquiera de las personas con las que se solía encontrar en su antigua ciudad, que no le habían causado la sensación de pérdida en ningún momento. Le gustaba eso y más todavía que el destino hubiese hecho que se encontrasen de nuevo unas horas después. Pero, por otro lado, no dejaba de preguntarse por qué. ¿Por qué una persona tan independiente como ella sentía semejante atracción por un desconocido? Inexplicable. Y además, a saber que imagen tenía él de ella. Ruborizada y sobresaltada se colocó el pelo y desvió la mirada lo más rápido que pudo.

Llevaba allí un buen rato y ella no se había dado cuenta de su presencia. Sin embargo, él sí. Sonrió al darse cuenta de que por fin lo había visto. Y su sonrisa se hizo todavía más grande cuando pudo apreciar sus esfuerzos por disimular su sorpresa. Le gustaba aquella chica. Se preguntaba qué hacía allí, tan tarde, completamente sola, tan sola como él.
Nathan era un chico fuerte. Su vida, con todos sus problemas, le había enseñado a serlo. Y había conseguido alcanzar un estado de estabilidad emocional, la felicidad suficiente como para seguir adelante con entusiasmo. Se había pasado los últimos años de ciudad en ciudad con su mejor amiga, transparente, como las personas deberían aprender a ser, y redonda. Lo cierto es que París lo había conquistado, por eso había decidido quedarse allí más tiempo del que había pasado en cualquier otra ciudad. Aun así, era consciente de que cuando la gente comenzase a cansarse de su espectáculo y pasase de largo sin dignarse a dejar una moneda tendría que partir, marchar a un lugar en el que pudiese ganarse la vida. 
Le gustaba aquella chica. Tenía algo que la hacía distinta. Esa mirada expectante, el hecho de que siempre estaba atenta a todo lo que la rodeaba. Esa ilusión en los ojos. Lo hacía sentir especial. Muchas personas ponían cara de asombro y disfrutaban con sus actuaciones. Pero nunca nadie se había dirigido a él o lo había observado de aquel modo. Era difícil de explicar… una especie de atracción fatal, o simplemente el detalle de que por fin sentía que alguien había reparado en él, no solo en su danza. Hacía mucho que anhelaba eso. Ansiaba ser querido por cómo era él, no por la hermosura de aquello que hacía. Pensó en acercarse a hablar con ella, le apetecía una segunda conversación. Pero mirar sus gestos desde la mesa en la que se encontraba también era tentador. Decidió esperar. Eso sí, sabía que no se iría de allí esa noche sin saber con certeza que la volvería a ver. Está bien confiar en el destino, pero no estaba dispuesto a arriesgarse.