viernes, 31 de enero de 2014

MULTIBLOG III

María estaba enfrente de la catedral de Notre Dame de París cuando el reloj se la paró, aunque en ese momento no se dio cuenta, en ese momento, parada como estaba en medio de la lluvia sólo tenía ojos para la imponente vista que se alzaba delante de ella, que la sobrecogía como pocas cosas lo habían hecho. El imponente edificio se alzaba ante ella entre la cortina de agua, sombrío, lúgubre, parecía saber que iba a sobrevivir a todos los transeúntes que corrían por la plaza buscando refugio de la lluvia por lo que no se dignaba en prestarles la más mínima atención.

Cuando María consiguió apartar la mirada ya había amainado un poco la lluvia, así que su siguiente propósito fue encontrar un sitio donde pasar la noche, una base de operaciones hasta que organizase su vida, hasta que consiguiese un trabajo y un piso al que con el tiempo poder llamar hogar. Así se dirigió hacia la primera calle que salía de la plaza y la recorrió mirando ávidamente cada cartel que lucía tímidamente entre los últimos resquicios de lluvia hasta que vio uno que rezaba "Hostel".

Por suerte tenían una habitación libre y todavía tenían algo de cena caliente, así que María bajó al comedor nada más dejar las maletas, porque hasta entonces no se había dado cuenta de todo el tiempo que llevaba sin comer. Mientras devoraba sus escasos macarrones con queso y un filete que claramente había estado demasiado tiempo en la sartén se dedicaba a dejar vagar la mirada por el comedor, vacío, y sólo entonces se dio cuenta de cuan sola había estado hasta entonces. Había abandonado su ciudad, en la que había pasado toda su vida, su país y había llegado a París con apenas una bolsa de viaje llena, pero no estaba más sola que antes, no había dejado a nadie atrás.

Con estos pensamientos todavía rondando su mente se fue a la cama y trató de dormir, a las tres de la noche ya había perdido toda esperanza, así que se quitó el pijama y dejó que por una hora sus pensamientos se fueran con el agua caliente que la lamía la piel, después se vistió, se puso su cazadora y un corro de lana  y salió a la calle. París dormía a su alrededor y no había más luces encendidas que las de las farolas, así que se dedicó a vagar, volvió a la catedral, que la seguía pareciendo perturbadora al amparo de la noche, así que cruzó el Sena y se perdió en un barrio residencial. De repente unas risas la sacaron de su ensimismamiento, y al girar la esquina vio el que creyó el único bar abierto de todo París, sino de toda Francia a esas horas de la noche.

En la última mesa un chico descansaba, escondido tras una cerveza, mientras parecía contemplar todo lo que pasaba en el bar, y en la mesa, al lado de la cerveza, una bola de cristal, una bola que María había visto esa misma tarde.

domingo, 26 de enero de 2014

Me queda la palabra.

"Si he sufrido la sed, el hambre, todo 
lo que era mío y resultó ser nada, 
si he segado las sombras en silencio, 
me queda la palabra. "

Blas de otero.

Estas palabras llegaron a mi cantadas por Paco Ibañez, en un viejo disco de esos que oyes una y mil veces en familia en los viajes en coche, hasta que te sabes la letra, hasta que se convierte en la banda sonora de la infancia. Ahora os las quiero decir yo a vosotros, aunque sinceramente espero que no sea la primera vez que las hayáis leído u oído.

Yo quiero centrarme en el último verso, el que cierra todas las estrofas de este breve poema, "Me queda la palabra", pues es éste en verdad el último refugio, pero no solo la palabra hablada, sino escrita, narrada, pensada, tu conciencia. Estamos en una época en la que vemos como todo lo que tenemos al rededor, todo lo que dábamos por sentado, se desmorona, pero hay algo que nunca podrán arrebatarnos, nuestra conciencia, nuestra opinión, nuestra cultura, aunque ahora hayan decidido que se tienen que quedar con un 21% de lo que vale.

Por eso doy gracias a mis padres, por haberme descubierto lo que es la cultura, la literatura, algo de lo que por suerte en este país podemos estar orgullosos, por lo menos de momento. Si no fuera por ellos habría pasado al lado de ése mundo sin verlo porque aunque en la escuela tengamos una asignatura que se llame "Lengua y literatura" sólo se centran en darnos la vida y milagros de los autores, en darnos un millar de títulos, gramática, sintáxis... pero se olvidan de lo más importante, enseñarnos a amar la literatura, a apreciar los mundos que nos ofrecen, para evadirnos o aprender.

También parece que ahora se ha empezado otra guerra, la de las lenguas, ya que las han atado inexorablemente al independentismo y las están intentando tirar al mar. Hemos entrado en un bucle de conmigo o contra mi, si amas tu lengua odias el español y viceversa. Pues yo ojalá supiera más, ojalá en mi tierra se hablasen más lenguas, porque eso significaría que tenemos más cultura.

En conclusión, la opinión, el pensamiento, la cultura, es lo único que no nos pueden arrebatar, por eso es lo que hay que cultivar e intentar preservar, porque cuando mayor sea mayor serás tú.

viernes, 24 de enero de 2014

MULTIBLOG II

Repentinamente, le vino a la cabeza la frase que tantas veces había escuchado antes de tomar la decisión de dejar atrás su antiguo mundo y se llegó a plantear que tal vez escapar no era la solución. Pero ella no era una mujer insegura. Y las palabras del anuncio de Nike que se alzaba ante sus pies le confirmaron que debía animarse. “Just do it”.

No sabía cómo organizarse, cómo buscar el inicio de la etapa que estaba comenzando. Ni siquiera sabía dónde dormiría esa noche. Así que decidió dejarse inundar por el encanto del lugar que la rodeaba, sumergirse en él. Lo cierto es que se sentía pequeña, diminuta, tal y como se debe de sentir un insecto en medio de un festival en el que el aforo se ha completado. Pero, por encima de todo, se sentía libre, libre para ser quién quisiera ser, para hacer todo lo que le apeteciese… Es decir, para ser una nueva persona, ya que su pasado había ardido y ni siquiera quedaban cenizas. Tal vez algunas permanecían muy, muy en el fondo de su cabeza, pero María estaba decidida a esforzarse para que jamás alcanzasen la superficie.

Así como el terrible ajetreo y el alboroto la volvían loca, lo que siempre le había gustado de las grandes ciudades era la gran cantidad de artistas que se encontraba por la calle. Le parecía muy agradable oír un violín de repente, poder observar la actividad de un pintor o ver a un grupo de gente feliz rodeando a un malabarista. Por eso, su primer paseo fue muy largo. No pudo evitar pararse en cada esquina, ya que cada vez que se detenía su sonrisa se hacía más grande. Cruzó algunas palabras con un muchacho que ya estaba recogiendo su rincón, explotando al máximo lo poco que recordaba de una lengua que llevaba sin hablar desde su juventud. Por aquel entonces su soltura en este idioma era increíble, pero todos los años que la separaban de aquel momento le habían pasado factura. Sin duda, le hacían falta muchas horas de práctica delante de un espejo, para evitar que las letras se atropellasen en su lengua, a punto de salir pero sin conseguir hacerlo como deberían. La verdad es que aquel joven chico le resultó curioso, le había llamado la atención y por eso se había parado frente a él, a pesar de que su espectáculo ya había terminado. Este le contó que se dedicaba a danzar con una bola de cristal en la mano al son de la música y ella se prometió a sí misma volver a ese sitio, desde dónde se apreciaba la hermosura de la ciudad, solo para verlo. Se despidieron después de esa fugaz conversación y María siguió vagando. Simplemente caminaba y miraba a su alrededor.

De repente comenzó a llover de forma intensa y su primera reacción fue de agobio. Se alegró de que su bolsa de viaje no estuviese muy cargada. Acabó dándose cuenta de que empaparse era irremediable y, una vez asumida la realidad, comenzó a correr por las aceras, saltando en cada charco, gritando, cantando, moviendo los brazos como si estuviese a punto de empezar a volar… Como una niña pequeña. Había sido capaz de tomar la decisión más atrevida de toda su vida. No sabía lo que le depararía ese nuevo lugar, pero sabía que poco a poco se iría abriendo un camino lleno de sorpresas, que tal vez sería capaz de devolverle lo que en el pasado le habían arrebatado. Lo que ya había recuperado era la ilusión. Las palabras de Bob Marley resonaban en su cabeza: “Some people feel the rain. Others just get wet.” En ese momento, el mundo se paró. Latitud 48º 48’ N, longitud 2º 20’ E, 18:00. En ese lugar, en ese instante, el reloj de María se quedó sin pilas.

lunes, 20 de enero de 2014

MULTIBLOG I

Aviso: Nerea y yo hemos decidido escribir un cuento un poco más largo, pero lo vamos a hacer en común, yo voy a empezarle y Nerea lo continuará en otro post y así sucesivamente. No hemos hablado de la historia así que sólo podremos saber cómo continúa cuando leamos el post del otro aquí en el blog. Como no sabemos como discurrirá todavía no tiene ni título por eso titularemos los post "Multiblog" y les numeraremos para que se puedan encontrar fácilmente. Esperamos que os guste.

Oyó las puertas cerrarse, y sólo entonces giró la cabeza y contempló la ciudad moviéndose a través de la ventana, María sabía que era la última vez que la vería, la ciudad que la había visto nacer, y a la que no pensaba volver. Huía de ella como quien huye de la peste, en el asiento de la derecha una bolsa de viaje con sus escasas posesiones y su cabeza puesta en el futuro, como si su pasado se hubiese quedado con la ciudad, en el horizonte.
Esa mañana había madrugado mucho, la ciudad apenas empezaba a desperezarse y a lanzar los primeros sonidos al viento cuando ella la estaba bolsa en mano camino de la estación, con el abrigo abrochado hasta el cuello intentando lo imposible, que la niebla que cubría la ciudad no la helase hasta los huesos. En veinte minutos había cruzado la distancia hasta la estación y estaba en la taquilla, pidiendo un billete para la ciudad más grande que encontró en el tablón de destinos, convencida de que allí podría empezar una nueva vida, de que allí podría esconderse entre el bullicio, esconderse hasta de sí misma.

Las horas hasta la salida del autobús habían pasado lentas, María estaba en tensión, pensando que en cualquier momento una mano invisible la agarrase y la devolviese a su casa, a su cama, impidiendola marchar, pero eso no ocurrió y montó en el autobús sin más problema que el de conseguir que la dejasen subir con la maleta, de la que no estaba dispuesta a separarse, pero cuando el conductor vio que su carga hoy apenas llegaba a la docena de pasajeros somnolientos no puso más objeciones.

Poco después de dejar la ciudad atrás María calló en un sueño profundo, como no había tenido en meses, sin pesadillas, y no fue hasta que el autobús estaba llegando a la estación que se despertó, alterada por un instante al sentirse un poco desubicada, como si hubiese olvidado que esa mañana se había levantado temprano y había dejado todo. Cuando bajó y por fin puso los dos pies en tierra miró a los edificios que se alzaban ante sí, esperanzada, atenta a cualquier pista que pudiera indicarle su destino, que parecía aguardarle a la vuelta de cada esquina.

sábado, 18 de enero de 2014

Fronteras

A veces me pregunto, ¿dónde está la frontera? Y mi respuesta es un signo de interrogación.
A veces puede llegar a resultar realmente complicado distinguir dónde está el límite.
A veces la decisión tomada con más inteligencia es absurda.
A veces un acto lleno de bondad causa daños colaterales.
A veces pones lágrimas donde deseas poner sonrisas.
A veces, solo a veces.
Sometimes.
En ocasiones, intentar hacer las cosas bien solo implica acabar en un callejón sin salida en el que cualquier alternativa inspira dolor, decepción… error. Cruzar la frontera, verse obligado a abandonar el camino de lo correcto como si de dejar tu tierra se tratase. Sin elección. Tú no quieres marchar, tu espíritu patriótico te dice que no te vayas y tú quieres hacerle caso. Pero, muy a tu pesar, debes partir. Actuar sabiendo de antemano que no te gusta lo que estás haciendo, pero sentir que no te queda más remedio. A eso me refiero. Del mismo modo que cada día más y más personas marchan a otro país en busca de trabajo, sin querer hacerlo, pero con el objetivo, claro en sus mentes, de que sus esfuerzos se vean compensados allá donde todavía se pueda hablar de salidas laborales, tú te sorprendes a ti mismo. El deber gana a tus principios, que parecían tan eternos, intemporales e inmortales como las "Ideas" de Platón.
No equivocarse a la hora de tomar decisiones, ser bueno con todo el mundo... Eso puede parecer difícil, pero quizás sea simplemente la materialización de nuestro más puro egoísmo. ¿Acaso hay mejor forma de sentirse bien con uno mismo, de ser feliz, que esa, que vivir sin arrepentimientos? El esfuerzo que nos pueda suponer actuar cómo creemos que debemos se ve compensado con esa sensación de complacencia. Está claro que no siempre actuamos siguiendo a nuestra razón, ya que en la toma de decisiones siempre influyen otros factores. Pero podemos conseguirlo y tenemos la garantía de que nos sentiremos bien al hacerlo.
Todo esto se complica "a veces", en determinadas circunstancias, en las que no encuentras la manera, el camino, el modo de comportarte siguiendo a tu razón. O tal vez crees encontrarlo, pero te equivocas. Y más tarde, demasiado tarde, lo descubrirás. Es lo que tienen los problemas. Que además de pillarte por sorpresa no traen pegada una solución. Hasta pueden conseguir que te vayas de casa, que te sientas extraño, desnudo en un bosque que nunca habías pisado antes y que aun por encima está frío. Los problemas deben ayudarnos a reaccionar con rapidez, para aprender a vivir sin que el sufrimiento nos domine. A ser fuertes.
A veces es necesario cruzar fronteras, especialmente cuando estas se difuminan y solo queda confusión. Ni siquiera sabes si sigues en tu propio territorio, pero estás seguro de que andas ahí, en el límite, columpiándote. Un sí, un no, cualquier decisión en cualquier momento, te dejará fuera y te sentirás mal. Pero repito, a veces es necesario cruzar fronteras. Por mucho que nos cueste y a pesar de las consecuencias. Porque, al fin y al cabo, ni lo bueno es tan bueno ni lo malo tan cruel.

jueves, 16 de enero de 2014

Música

Era casi media noche, pero no tenía sueño, aún así, aburrido como estaba decidió tumbarse en la cama a ver si lograba dormirse. Los minutos pasaban lentamente, arrastrándose, con la misma pereza que le había acompañado a él todo el día. Al final, cedió en su empeño y estiró la mano, a tientas, hasta que sobre la mesilla de noche palpó su móvil y sus cascos.

Después de haberse peleado con ellos para desenredarlos los enchufó al móvil y le dio a reproducir. Así estuvo vagando por la lista de canciones, que se reprodujeron  aleatoriamente durante una hora hasta que de repente, algo lo sacó de su ensoñamiento, unos acordes que había escuchado miles de veces, hasta memorizarlos, hasta hacerlos casi un himno, un mantra al que aferrarse en los malos momentos. Ahora parecían volver otra vez a por él, y como una y tantas veces parecían cogerle y transportarle, hacerle volar hasta otro día, oto lugar, junto a ella. Sólo que ella ya no estaba, y no sabía si alguna vez volvería.

Ésa había sido su canción, la primera cosa que había sido suya y la única de la que no había podido desprenderse cuando todo terminó. Rápidamente todo estaba volviendo a su cabeza, las mañanas juntos con la ciudad todavía dormida, y las largas noches, despiertos, solos en la inmensidad del mundo, volvían los regalos, las risas, pero también las discusiones. Recordó entonces la gran pelea, todo se desmoronaba a sus pies, y el ni siquiera podía moverse, estaba paralizado, mientras, ella le lanzaba insultos, mentiras, sólo para ver si reaccionaba, si era capaz de volverse y luchar. Pero eso no ocurrió, ella no consiguió el alivio de un final amargo, de algo con lo que poder culparle para acallar su conciencia; ni él el de decir que luchó hasta que no le quedaron fuerzas.

Todo esto pasó por su cabeza durante los tres minutos de canción, entonces se planteó la eterna pregunta, ¿qué habría pasado si hubiera reaccionado, si hubiera tenido el valor de pelear?, nunca lo sabría, así que todavía dolido cogió el móvil e hizo lo único que podía hacer, volver a poner la canción, lo único que le quedaba de ella, el puente hacia el recuerdo, porque quisiese o no aún la amaba y esas notas eran lo único que podían devolvérsela, aunque fuese de prestado.

viernes, 10 de enero de 2014

Falling.

Abrió la puerta del baño, había sido un día largo y se merecía un descanso, así que procedió a prepararse un buen baño caliente. Encendió velas, echó sales y aceites y conecto la radio, Ban Bang de Nancy Sinatra sonaba suavemente, como un divertido guiño del destino, de esos que aveces confundimos con muecas. Así, con todo preparado se metió a la bañera, el pie derecho rozó la superficie para comprobar la temperatura, estaba ardiendo, sonrió y se introdujo en el agua, un pie primero, después el otro, y se dejó caer al encuentro de aquel calor que esperaba no sólo la calentase la piel sino mucho más adentro.

Se recostó apoyando la cabeza sobre el borde de la bañera, todavía algo fría, creando un placentero contraste con su interior. Se dejó allí, rendida a la música; con un último "Bang bang, my baby shot me down..." los compases finales dieron paso a un silencio en la radio, que rompió el locutor anunciando el siguiente éxito que se escucharía.

Cogió la esponja y comenzó a frotarse muy lentamente, a conciencia, como si acabara de salir de una mina y tuviera que ir limpiando poco a poco el hollín de su cuerpo. Primero los brazos, unos brazos frágiles, heridos, para después pasar al pecho y al vientre plano, por el que deslizaba poco a poco el jabón, hasta que se unía al agua.

Cuando acabó con las piernas había pasado media hora desde que había entrado, y el agua estaba algo más tibia, así que abrió el grifo de nuevo. En la radio habían pasado a un programa informativo, así que aprovechó para levantarse y apagarla, al hacerlo dejó un gran charco en el suelo, no importaba.

Cerró el grifo y los ojos al entrar en la bañera de nuevo, y cogió la cuchilla. La había comprado antes de llegar a casa, aunque ahora apenas lo recordaba. Entonces, metió el brazo izquierdo en el agua y realizó el primer corte, apenas lo notó, lejano, y pronto el agua empezó a teñirse de rojo alrededor de su muñeca. Instantáneamente realizó otro corte y dejó caer la cuchilla.

Volvió a recostar la cabeza en la bañera, y por fin lo sintió, por fin encontró aquello que buscaba, paz. Sentía que por fin era libre, que caía y caía, sin ataduras, sin preocupaciones. No le preocupaba el golpe final, la muerte, sólo era un medio, el único que había encontrado para llegar allí. Nada la importaba si con ello podía conseguir esta sensación, al menos unos minutos más. 

jueves, 9 de enero de 2014

¡Sorpresa!

“Don’t worry about the future. Or worry, but know that worrying is as effective as trying to solve an algebra equation by chewing bubble gum.“
No podemos encerrarnos en casa asustados pensando que si salimos tal vez nos caiga una maceta encima de la cabeza. Y tampoco podemos vivir siendo demasiado pesimistas, hasta hay quien dice que las personas más negativas atraen el mal. Y realmente, nuestro enfoque juega un papel muy importante en cualquier hecho, de modo que ver las cosas desde un mundo multicolor puede ayudar a no perder la sonrisa. Hay que evitar que el miedo domine nuestro día a día, conseguir que no limite nuestras oportunidades. Sentir que tú vida ha merecido la pena. Aceptar tus decisiones del pasado y afrontar las del futuro con entusiasmo. Despreocuparse. Es todo un reto, como escribir este blog, pero todo gran reto superado implica una recompensa.
“The real troubles in your life are apt to be things that never crossed your worried mind, the kind that blindside you at 4 p.m. on some idle Tuesday.”
Lo cierto es que a todo el mundo le ocurrió, le ocurre o le ocurrirá algo inesperado que lo destruirá. A todos, a aquellos que arriesgan de más y a aquellos cuya vida está dominada por el temor, si es que eso se puede llamar vida. De repente. En el momento menos esperado. Justo entonces. Por sorpresa y sin avisar, sin remedio u oportunidad. Más o menos grave, pero, en cualquier caso, doloroso. Puede tener forma de noticia o de imagen proporcionada por tus propios ojos. Puede afectarte directamente, a ti, a alguien a quien quieres, o puede que te toque ver sufrir a gente conocida. Cuando pasa algo así, antes de que sepas siquiera si merece la pena tener esperanza, te bloqueas. Puede que solo sea un susto que deje mal sabor de boca o puede que realmente sea el inicio de un serio problema. Pero solo el hecho de recibir el impacto te vuelve loco. 
Cada persona tiene su propia forma de reaccionar. Por un lado están aquellos que tienden a arriar su bandera frente al cabo de poca esperanza como Joaquín Sabina y por otro, los valientes, los que no se rinden ni ante las evidencias. Pero personalmente, creo que seas como seas, en ese momento amargo, antes de procesar y de saber realmente lo que ha pasado y cuáles serán las consecuencias, tu cabeza se inunda de pensamientos. De lamentos. De arrepentimientos. Puede que recuerdes muchos momentos y sientas que no has sabido aprovecharlos. Que te des cuenta de todo lo que no has dicho, de todo lo que no has hecho y te gustaría poder cambiar. Porque a mí muchas veces me han entrado ganas de algo que, tras pensarlo y meditarlo un poco, concluyo que es una tontería, una bobada, que ¡qué vergüenza! E inevitablemente siempre llega un momento en el que te arrepientes de no haberte atrevido a ser boba y tonta por un instante. Porque hay tonterías e insignificancias que se agradecen. Pero es tarde para volver atrás. A menudo este bombardeo cerebral está acompañado de un sentimiento de culpabilidad. Que si por qué no lo habré previsto, que si por qué no he hecho nada por evitarlo… Pero como ya quedó dicho, en palabras ahora de Ed Sheeran: “the worst things in life come free to us.”

Porque hay sorpresas y sorpresas.Y, por mucho que nos cueste asumirlo, no conseguiremos que no nos sorprendan. Por algo las llamamos sorpresas.

miércoles, 8 de enero de 2014

Signo de interrogación

Cuando eres pequeño un millón de porqués rondan en tu cabeza y, por supuesto, los exteriorizas. Ahora ya se habla de “la edad del por qué”. ¿Por qué la luna sale de noche? ¿Por qué tenemos dedos en los pies? ¿Por qué la hierba es de color verde? Estas y otras múltiples preguntas, cada cual más extraña, son las que yo les hacía a mis padres, incansablemente, cuando era niña, cuando no entendía por qué era importante saber sumar ni tampoco que los números fuesen infinitos. Hablo en primera persona, pero es un hecho que todo el mundo vivió esta edad. 
Pues bien, llega un momento en que el que esas preguntas pierden su importancia. Desde entonces hasta hace relativamente poco lo habitual para mí era recordar esta etapa con una sonrisa en la cara, comentando con otras personas el sinsentido, la ingenuidad y lo gracioso de la misma. Ahora no hay una noche en la que me quede dormida sin reflexionar sobre quién soy, qué hago aquí, qué es la vida o por qué todo es como es. Por esto me gusta la filosofía, no lo sé. Solo estoy segura de que me gusta pensar, abrir la cabeza e intentar razonar, al mismo tiempo que me resulta frustrante no ser capaz de entender muchas cosas, demasiadas. Todos debemos escuchar opiniones y recibir conocimientos, solo para pensar y continuar pensando. No sé que es el pensamiento, pero tengo claro que hay que aprovecharlo. 
También creo que tenemos que desconfiar hasta de la ciencia. Es importante tratar de llevar a cabo el mayor número de descubrimientos, pero siempre teniendo claro que nada será lo suficientemente válido. ¿Sabes esas personas que hablen de lo que hablen consiguen captar tu atención? Sí, esas que sueltan las palabras de tal forma que causan un profundo impacto. Pues justo uno de esos increíbles seres dijo alguna vez que ser feliz implica ser sabio. Esa misma persona aclaró que ser sabio no es saber mucho de todo, sino tener un nivel de entendimiento y conocimiento que permita comprender el sentido del mundo y sentirse en armonía con él. Está claro que es imposible saberlo todo, pero yo quiero llegar a ese punto. A día de hoy tengo que admitir que me frustra no saber si el Universo tiene límite. Mi cabeza no llega para entender que puede ser infinito, pero tampoco comprende qué es la nada o qué hay entonces cuando se acaba. Un ejemplo, entre muchos. Confío en la capacidad de la mente humana para entender el mundo y su funcionamiento. Ahora sí, creo que una vida no es suficiente para ello. Y me frustra. Mucho. Sería la persona más feliz del mundo si alguien fuese capaz de resolverme ciertas dudas existenciales. Lo peor viene ahora: sé que nunca seré la persona más feliz del mundo. 
Dudo hasta de la ciencia y tengo claro el por qué. Antiguamente se estudiaban cosas, que hoy en día calificamos como disparates, como leyes fundamentales, principios básicos o afirmaciones innegables. Entonces yo me pregunto, ¿qué sucede? ¿Nuestra generación es la iluminada? Pues claro que no, dentro de muchos años se reirán de nosotros y de nuestras estúpidas ideas. Así mismo, tengo claro que es parte del progreso, con lo cual, debemos equivocarnos. Por eso hay que aprender con interés, sin que eso implique creérselo todo. En el colegio nos encontramos con afirmaciones por todas partes… sin que nadie las cuestione e incluso las llegue a usar como justificación en otros momentos de su vida. Es cierto que lo que aprendemos está comprobado, pero todo se prueba dentro de unos límites, que irán creciendo al mismo tiempo que lo que ahora aseguramos irá cambiando. Va a pasar un asteroide a … km. De la Tierra, pero no caerá. ¿No caerá? ¿Alguien ha mirado para arriba? ¿Cómo se puede afirmar algo así, si ni siquiera sabemos lo pequeños que somos? Se puede especular con lo que se conoce, y así se debe hacer, pero teniendo claro que lo que conocemos es nada. Sirve para contentarnos y para satisfacer nuestras dudas hasta cierto punto. Y para nada más. Me gustaría contribuir en el mundo de la investigación, pero dudo que llegue a hacerlo. Aun así, si así fuese o si alguna vez enunciase una tesis, iría con posdata. Una posdata en la quejase claro que soy consciente de que no es infalible. Si la escribiese creería en ella, pero no descartaría que fuese falsa, para empezar porque tal vez parte de bases fundamentales totalmente erróneas aunque universalmente válidas. Adiós a la vulnerabilidad.
Ahora puedo decir que soy una niña pequeña con más porqués que nunca dentro de mi cabeza. Y no me arrepiento. Querer ir más allá de lo que nos afirman, dejar de asentir a aquello que se nos enuncia como ley irrevocable y cuestionar, plantearse, pensar. No reírse de lo que se pregunten los demás, porque puede que algún día se descubra que la tierra es cuadrada o incluso cónica.  Sentirse seguro de uno mismo, siempre, pero sin dejar de desconfiar de todo. A eso os incito.
“¿Estamos solos en la galaxia o acompañados?"

martes, 7 de enero de 2014

Inseguridad

22.22 de la noche, capicúa, y yo todavía en el bus de camino a la que ahora es mi casa. Me ha dado por pensar como fue este trayecto cuando lo realicé por primera vez, sobre el 21 de Septiembre, más ansioso, esperanzado, y un poco más joven. Sin embargo recordando ese viaje lo que no recuerdo es apenas nerviosismo, como si de alguna forma supiese que todo iba a ir bien, que entre los cientos de personas que íbamos a llegar a Salamanca esos días iba a encontrar un grupo en el que encajase.

Y ciertamente lo hallé, y he pasado ahí unos cuatro meses estupendos. ¿Entonces por qué ahora estoy nervioso? ¿Por qué no dejo de pensar en cómo será el reencuentro?, creo que en buena medida puedo culpar a los exámenes, pero también es otra cosa, mis inseguridades, las mismas de siempre, esas que sé que aunque crezca, aunque madure, van a seguir ahí, condicionándome más de lo que querría y haciéndome dormir menos de lo que debería.

Y es que mientras estoy en el bus me da por pensar, y pienso en toda la gente que he conocido allí y en las ganas que tengo de ver a algunos de ellos, pero también en la gente que dejo atrás, esa que me había acompañado durante todo el viaje, hasta ahora. ¿Será siempre así ahora? Vaya donde vaya, pase lo que pase, ¿siempre sentiré que he perdido por dejar a alguien o algo atrás? Espero que no, aunque no veo la forma de que esto no ocurra.

También pienso en lo de siempre, si esta gente que he conocido habrá pensado en mi, si cuando vuelva las cosas serán iguales, o si de alguna forma el resto de la gente que conozco haya conseguido reforzar su relación con la distancia de alguna manera, y yo ya no sea más que un extranjero dentro del grupo al que se le tolera como deferencia por el pasado, una concesión hecha por la cortesía de quien ya no te necesita, pero se siente en deuda por tus "servicios" anteriores.

Todo se resume en, ¿seré necesario?, ¿si no hubiese vuelto habría supuesto alguna diferencia?. Porque irremediablemente necesito saber que realmente importo, que allá donde voy no estoy de prestado, incluso aunque eso me de una responsabilidad que quizá no sea capaz de soportar, el "deber" de estar ahí en todo momento, sin poder fallar. ¿Algo de esto tiene sentido? no lo se.

Y aquí estoy, intentando terminar el texto, porque se que sino lo hago ahora no lo haré nunca, mañana me reencontraré con todos y veré si estaba en lo cierto o no, pero sea como fuere yo ya he perdido, o a unos amigos que podría llegar a realmente apreciar, o tres horas de viaje en bus divagando sobre una estupidez. Soy como el gato de Schrödinger, ya he perdido antes de poder siquiera jugar mis cartas.

Para terminar voy a dejar una canción, que irónicamente se ha reproducido mientras escribía esto, y que parece describirme a la perfección:

viernes, 3 de enero de 2014

Cortocircuito

Es curioso, tener tantas cosas que decir, haber pasado por tantos momento en los que creía que solo necesitaba una hoja en blanco sobre la que escribir para aclarar todo, y ahora que tengo esto, no saber que coño poner, con perdón. O sin él que para algo escribo esto para mí.

Hoy ha sido el cumpleaños de mi madre, y ha venido toda mi familia a casa, la revolución han sido obviamente mis primos pequeños. Tienen 7 y 3 años, mucha energía y toda su ilusión intacta; me han recordado a como era yo a su edad: un niño muy cariñoso, que se aburría si estaba dos segundos solo, al que le ilusionaba todo y que no decía que no a nada, como ellos.

Pero ahora todo es distinto. No me preocupan las responsabilidades ni siquiera la distancia, ahora que estoy lejos de casa, solo la falta de ilusión. Ahora parece que emprender cualquier proyecto es un mundo, tanto en el caso de la universidad como en el simple hecho de comprometerse con un blog. Cada vez que lo pienso me invade un profundo cansancio que minutos antes no estaba ahí, ¿Qué me ha pasado?, ¿se supone que esto es madurar?, y es que estoy harto ya de esta vida, de esta existencia más gris que de color, en la que por alguna razón los recuerdos se me escapan y me aletargo. No os equivoquéis, no me paso todo el día en la cama, esperando al siguiente, pero simplemente me dejo arrastrar por el fluir de la sociedad, lento, decadente. Y eso para mi es lo peor, saber que de alguna forma he sucumbido, que ya poco encuentro de lo que un día fui, cuando apenas sabía que era sumar y mi mayor preocupación es qué inventaría esa tarde para entretenerme.

Pero sin embargo estoy escribiendo, a trompicones pero escribo, ¿significa esto que no toda mi ilusión está perdida, que aún queda lo suficiente para comprometerme con algo más allá de mi rutina? No lo sé, pero sinceramente lo espero, porque una vez oí que si estás perdido solo tienes que pensar en qué querías de pequeño, cómo eras, porque en la sencillez del mundo infantil lo tienes todo más claro. Y ahora necesito más que nunca que me visites Peter Pan, porque creo que necesito encontrarme con ese niño y que me explique un par de cosas.

Vuelvo, a casa vuelvo, por Navidad

Sentir miedo. No, puede que miedo no sea la palabra. ¿Tal vez intranquilidad? Quizás. Resulta extraño que en el lenguaje que nos permite recoger el resultado del fluir de nuestro pensamiento y expresar de una manera clara hasta aquello que dentro de nuestra cabeza parece incomprensible, en ocasiones no seamos capaces de hallar los conceptos exactos a los que nos queremos referir. Eso asusta. Eso quiere decir que hay sentimientos o sensaciones que no caben en ninguna parte. Que van más allá. Que solo aquel que tiene la suerte de experimentar sabe con certeza cómo son. Es cierto que se pueden dar definiciones del tipo: “Una mezcla entre miedo, falta de confianza, emoción…” Pero si nos paramos a pensar, esos sustantivos solo son conjuntos de letras que aluden a una idea. Una idea que cada uno entiende tal y como la vive, que es imposible de valorar o comprender desde fuera. ¿Sabes lo que te digo? Mi temor no es tu temor. O, bueno, tal vez sí. Pero eso nunca lo sabremos.

Sin adentrarme en el profundo mundo de los sentimientos pretendo recordar el momento en el que subida en un coche entraba en Castilla y León. Dispuesta a empezar “una nueva vida”, ilusionada incluso. No sé por qué extraña razón justo en el momento en el que la emoción es máxima, todo se viene abajo. Cuando te sientes más optimista que nunca, en el instante en el que la  balanza se inclina totalmente hacia el lado de los más, una piedra llena de pensamientos negativos la golpea y entonces se invierte el desequilibrio. Pensar en conocer a gente nueva, en cambiar de aires, en vivir en lugar distinto, en enfrentarte a nuevos retos, en aprovechar nuevas oportunidades, en crecer, en acercarte más a la independencia… todo eso y más. Y, de repente, imaginar… Imaginar tu vuelta a casa por Navidad. Pensar que quizás te sientas como una extraña en tu propia tierra, con tu propia gente. Atemorizarte solo de pensar que todo el mundo pueda haber cambiado. Que no reconozcas a todos aquellos a los que quieres, a los que llevas queriendo muchos años. Que aquellas personas a las que estás acostumbrado a saludar con un abrazo se conviertan en desconocidos incluso hasta el punto de que sea incómodo encontrarlas por la calle y que en esa situación la incomodidad se resuelva con un sutil movimiento de cabeza. Que todas esas personas ya no te reconozcan a ti en ti. Que te digan que has cambiado, que ya no eres la misma. Que ahora ya no es antes. Y lo que es peor. Que eso no te importe. Ante este caos solo queda evadirse y seguir.

Pues bien, en este momento del año en el que todo mundo se pone a hacer un balance de los 365 días que se van yo solo puedo sonreír. Sonreír por haberme atrevido a marchar, porque si pudiese volver atrás, y viéndolo desde el futuro, desde donde es muy fácil decidir, todo hay que decirlo, me volvería a ir mil veces. Pero, sobre todo, sonreír por lo agradable que les resulta a mis oídos oír un “Graciñas” al salir de una tienda. Y por lo reconfortante que es pasarse los domingos en la aldea y decirle ochenta millones de veces a tu abuela que no quieres comer más. Por la felicidad que proporciona ver crecer a tus primos pequeños y disfrutar de ellos. Porque aunque llueva, nunca me cansaré de admirar lo bonita que es mi Galicia verde y azul. Por las palabras sonoras que se echan de menos. Y por aquellas que no se te despegan por muy lejos que estés, por esas que no tienen traducción. Por sentirme como siempre, donde siempre, con la gente de siempre. Justo por eso. Porque llega un momento en el que te das cuenta de lo importantes que son las cosas más sencillas. Las palabras que Mufasa le dijo a Simba retumban ahora en mi cabeza. “Recuerda quién eres. Recuérdalo. Recuérdalo.” Y es que hay cosas que nunca se pueden olvidar.