Un pitido desde la cocina le devolvió al presente de su casa de tres habitaciones y recorrió el salón hasta el rincón que tras una barra hacía de cocina, allí sacó la taza y procedió a agitar su café en polvo al que no añadía azúcar. Una vez ya con la taza caliente entre las manos se sentó en el escritorio que junto con la cocina y un colchón tirado en el suelo completaban la habitación.
El sillón sobre el que estaban habría pertenecido a algún despacho de abogados o banco, hasta que un diseñador con voz extranjera y aire moderno habría decidido que ya no estaba a la moda, y lo había rescatado de la calle como la mesa o el ordenador.
Así entre sorbo y sorbo comenzó a nadar entre noticias, actuales y pasadas, canciones o fotos que ocupaban su pantalla unos pocos segundos o minutos antes de desvanecerse, hoy la guardia sería intensa así que no se concedería el entretenerse con una serie o película pues juzgaba que ocupaban demasiado tiempo y el necesitaba contemplar la calle a sus pies cada poco, asegurándose que todo siguiera en su lugar, y que la luna trazase su arco sin desviarse.
Las manecillas iban deslizándose por la esfera de su reloj de muñeca y las tazas vacías se iban acumulando alrededor, mientras el silencio de una noche de domingo continuaba su reinado sin saber que en unas pocas horas el bullicio de la mañana lo iba a vencer. No tubo ninguna tentación de salir a la calle y vagar por el empedrado, disfrutando del frescor y la calma pues todo lo que le interesaba estaba allí, tras la ventana de su ordenador y de su casa, que le ofrecían el mundo, un mundo que estaba acostumbrado a vivir de día y contemplar de noche, como un carpintero que trabajase por el día y por el noche se dedicase a contemplar los progresos de su creación.
En un instante todo comenzó a cambiar, primero fue una ventana del último piso de enfrente la que se encendió, dejando entrever la silueta de una mujer que se desperezaba y se desprendía de su ropa par un baño matutino, después fue la de uno de los edificios al margen del río la que vertió su brillo dorado a la oscuridad y poco a poco varias se sumaron mientras la noche clareaba y un resplandor rojizo asomaba al fondo, tras las casas, a la otra orilla de la linea de plata que también despertaba reflejando los primeros colores del día. En media hora el sol ya era una esfera completa en el firmamento y el silencio había dado paso al bullicio de los caminantes, en ese momento apagó el ordenador y llevó las tazas al fregadero, cerró las persianas y se tumbó. Un nuevo día había empezado, había visto otro amanecer y su mundo no había cambiado en la noche, por fin tranquilo podría dormir un poco para disfrutar del mundo que con tanto celo había guardado.