jueves, 15 de mayo de 2014

Viajes de carretera.

Eva se fue, dejó todo lo que conocía y voló, nunca miró atrás o nadie la vio hacerlo. La mañana en la que se fue, la primavera sonreía, el rocío alfombraba su camino por el jardín hasta la puerta de su casa, y allí simplemente Eva se esfumó. Dejó la mayoría de sus cosas como si fuese a utilizarlas al día siguiente, en los lugares en los que la rutina y el movimiento del día a día las habían ido poniendo, y no dijo ni un adiós.

Muchos la echaron de menos, incluso la buscaron al principio pensando que la marcha no había sido voluntaria, hasta que una postal desde Perú les informó de que había emprendido un viaje, y que no se preocuparan porque tenía todo lo necesario para poder llevarlo acabo. Eva no mentía, tenía el dinero necesario para aguantar la semana y se llevaba como compañía su imaginación y memoria.

Eva recorrió el mundo, rió, corrió y lloró, y todo esto sin compartirlo con el mundo o sin dejar constancia en una foto o imagen más allá de los versos o esbozos con los que de vez en cuando rellenaba la libreta que le acompañaba. Descubrió que la encantaba la comida picante, y que el mar podía ser tan transparente como el cristal, casi se enamoró una vez en un pequeño pueblo del sur de Argentina, y más de una vez tuvo que depender de la bondad humana para comer o dormir. Todo esto sólo lo conocía ella y las personas con las que se encontraba en su viaje, una travesía que sólo tenía un principio pero no se sabía si tendría un final. Nunca la importó trabajar durante pequeñas temporadas aquí y allá en lo que fuera, ahorrando para poder proseguir su migración mientras se empapaba de la cultura que la rodeaba.

Sabéis una historia graciosa, mientras pasaba una de esas "estancias de reabastecimiento" en Lima, Eva trabajó en un Starbucks en el centro, al que iban los turistas a tomar café y a intentar volver a estar online el tiempo suficiente para poder actualizar todos sus estados antes de que al dejar de existir en la red dejaran de existir en la realidad de los que la pueblan. Una tarde allí, Eva estaba mirando el reloj suplicando que fuera más rápido cuando de entre las decenas de caras que cruzaban la puerta en busca de un trozo de América apareció una conocida, Margaret, había ido con ella al colegio y vivía un par de calles más abajo. Mientras la atendía apenas podía reprimir el impulso de saludarla, pero ésta recogió su pedido y se fue a su mesa sin que esto ocurriera. No la había reconocido, ni siquiera se había parado dos segundos a mirar su cara impaciente como estaba de ver cuantos "me gustas" había recibido su última foto en Instagram, un selfie con un monumento cuyo nombre debía haber dicho el guía pero que ahora no recordaba. Eva entonces se dio cuenta de lo mucho que había cambiado, sabía que la soledad y el viaje cambiaba la forma de pensar y ver el mundo, pero no imaginaba que eso hubiera traspasado a su imagen de una forma tan radical.

Un día mientras andaba, la sobrevino de repente, no lo esperaba pero en ese instante supo que eso era lo que había estado buscando todo este tiempo, aquello por lo que había empezado el viaje, el sentimiento de libertad, de total y plena libertad. Sintió como su pecho se agrandaba, como si su ser se ampliara hasta hacerse más grande que su cuerpo, como si la desbordara y saliera por la punta de los dedos. Entonces supo que había encontrado su camino, que la drástica decisión que tomó aquella primavera era la correcta para ella. Cuando volviera a casa la gente tendría una vida construida a su alrededor: una casa, un coche, trabajo, quizá incluso hijos, pero ella tendría ese sentimiento y una historia, algo que sólo la pertenecía a ella, que nadie podría arrebatarla y que la había cambiado hasta la médula. En ese momento, Eva supo que era más feliz de lo que había sido nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario